Una costumbre camagüeyana llegada
desde no se sabe cuando a nuestra forma de expresión es afincar con
un ¡Ángela María!, cualquier afirmación de alto vuelo. Lo
que viene a ser lo que para otros es; ¡En efecto! o !Justo!,
o sea, siempre entre signos de admiración para reforzar su valía.
Una costumbre camagüeyana llegada
desde no se sabe cuando a nuestra forma de expresión es afincar con
un ¡Ángela María!, cualquier afirmación de alto vuelo. Lo
que viene a ser lo que para otros es; ¡En efecto! o !Justo!,
o sea, siempre entre signos de admiración para reforzar su valía.
De entre las añejas costumbres
lugareñas aun recordamos algunas, como el de hacer visitas, el
paseo por las calles del comercio y la siesta del medio día.
Para mi una costumbre aberrante, por
suerte ya en estado de liquidación, fueron los velorios.
El luto se usaba entonces según la
proporción de familiaridad con el finado. Las mujeres más
allegadas, esposas, hijas o hermanas, de negro completo y, a partir
de allí, el color se iba degradando, hasta el medio luto, que era
blanco y negro. El luto pasaba a ser una especie de claustro. Ni
radio, ni música. Ni creyón de labios. Ni visitas. Y que las
muchachitas no salgan a la calle, porque, qué van a decir los
vecinos. Los vecinos siempre dicen lo que les da la gana lo mismo
te asomes a la puerta o no.
Aquí tuvimos tres funerarias, Varona
Gómez, en la calle República casi esquina a San Esteban, Bueno y
Co. en Independencia próxima a la plaza de Maceo y La Moderna, que
estaba en Avellaneda por el fondo de la iglesia de la Soledad. La
primera era la más antigua con una perpetua exhibición de sarcófagos
de todos los tamaños y colores. La tercera entró en funciones en la
década de 1950 con puertas de cristales y parabanes de colores.
Como en un principio los velorios no
se realizaban en las funerarias, esas empresas comerciales ofertaban
y llevaban el servicio a las viviendas de las personas fallecidas o
de otra casa utilizada para esa ceremonia.
Apenas un agente de pompas fúnebres
se enteraba que alguna persona estaba en las últimas, allá iba con
cara de circunstancias a expresar sus respetos a los familiares y a
proponer un tendido al alcance de todos los bolsillos. Incluyendo
cómodos plazos de dos pesos mensuales. Incorporando en el pedido
invitaciones, esquela mortuoria en la prensa, velas, coronas,
servicio de cafetería y hasta fotografías. Como si se tratara de
una fiesta de cumpleaños, solo que no había un kake, sino un ataúd.
El momento de sacar el ataúd de la
vivienda era espectacular. Mujeres regadas por el suelo con ataque
de nervios. Gritería general. Había hasta quienes se oponían a que
sacaran el muerto. !No se lo lleven!. Bueno, decía mi padre,
no estaría de más haberlo dejado para ver qué haría la familia
tres días después. El público que acudía a presenciar aquello
llenaba media cuadra. Y por supuesto en el centro de todo aquello el
cadáver haciendo el ridículo público.
Lo más importante era la carroza,
inmenso coche de cristal tirado por una o media docena de hermosos
caballos percherones. según las posibilidades de la familiares. IEso era un espectáculo callejero, el coche con
sus palafreneros de impecable uniforme gris, sentados como
almidonados en lo alto del pescante, y detrás a pie, en coches o
autos, la comitiva. Comitiva que al decir de un humorista siempre se
le pareció una víbora de cascabel, porque delante llevaba la
muerte y al final la gente haciendo chistes.
Luego llegaba la despedida del duelo,
que podía o no ir a cuenta de la funeraria, según el pago. Si
existe alguna parte donde en realidad todos somos iguales y nos
reivindicamos es en el momento de la despedida del duelo. El esposo,
amantísimo. La esposa. esforzada. La madre, ejemplar. El hijo,
predilecto. La abuela, dulce. El abuelo, figura insigne. El
profesional, brillante. La dama, intachable. Si esta lloviendo o nublado, el día
se entristece por la perdida. Pero si hay un sol que raja las piedras
entonces es que la naturaleza despide con luz al personaje.
En los velorios de todos modos
encontramos un motivo de conformidad, si tardó en morir y sufrió
mucho, dicen que menos mal, que al cabo descansó; si murió
enseguida y sufrió poco, dicen que después de todo ha sido lo mejor.
Siempre
en las esquelas aparecía el aquello de; ha fallecido y dispuesto su
entierro, Eso sin contar con el exagerado que se empeña en demostrar
que sufre más que los demás. Por suerte aquellas gordas que le
daban ataques y se revolcaba o se desmayaba cada vez que llegaba
alguien junto al cadáver a dar el pésame ya se acabaron ¿Y qué me
dicen del idiota que está el viendo el féretro, las velas, las
coronas de flores, los suspiros, los llantos y todavía dice que le
parece imposible?,
Los
tiempos cambian y apenas si estamos ya para ceremonias. Ahora se
utilizan los salones de las funerarias como un círculo social para
conversar, tomar, café, encontrarnos con amigos que hacía un
puñado de años que no veíamos y de paso acompañamos un rato al
cadáver, que a veces olvidamos por completo.
Ya
tenemos música, brindis, comidas,. y hasta programas artísticos
junto al ataúd como parte de la ceremonia que va perdiendo su sentido
de recogimiento familiar para convertirse en un evento social.
Algunos
creen que los vestidos de luto se acabaron cuando con el periodo
especial escaseó la tela negra, en realidad el luto en el vestir se
acabo cuando la modernidad, que trae de mano a la moda, impuso sus
patrones. Cuando la mujer se liberó definitivamente y salió a la
calle a hacer su vida. Fueron ellas las que seguramente acuñaron
aquella frase de;; "el luto se lleva en el corazón".
Sin
embargo, los tiempos cambian, por estos días los dueños de
Funerarias de Puerto Rico expresaron mediante declaración jurada, al
presidente cameral de la Comisión de Asuntos del Consumidor, que se
establezca una ley que regule los “velatorios no tradicionales”
que se están efectuado en el país y que incluyen a los famosos
“muerto para'o” y el “muerto en la motora”.
En
este caso se trata de mantener de pie al difunto o montado sobre una
motocicleta o un a bicicleta, según haya sido el gusto de la persona.
Por
su parte el gobierno ha levantado una demanda sobre extrañas maneras
de realizar velorios, se trata de los muertos "paraos" pues
“El Estado es en última instancia el guardián y el custodio de
las buenas costumbres y tradiciones que se pueden desarrollar en el
diario vivir de los pueblos”, decía parte de la declaración que
le fue entregada al representante al finalizar una vista pública
efectuada en el capitolio de la Resolución de la Cámara 510, la
cual ordena la Comisión a realizar una investigación, de forma
continua, sobre la calidad y los costos de servicios funerarios en la
Isla. La pesquisa, incluye los gastos de compra y mantenimiento de
lotes en cementerios, y la reventa de ataúdes utilizados para velar
difuntos que luego son cremados, de manera que pueda determinarse si
son suficientes las disposiciones y reglamentarias
-federales y estatales-, que rigen la prestación de los servicios.
Por otra
parte existen funerarias dedicadas a grabar un mensaje en un vídeo
para ser exhibido en el velorio del emisor cuando éste fallezca, una
propuesta que “combina sentimiento y tecnología” ,
pues según los dueños de algunas funerarias de América del sur;
"Estamos en una etapa donde escuchamos preferencias y
sugerencias de futuros clientes. Aunque este servicio ahora parezca
insólito, recordemos cuando se comenzaba a hablar de los crematorios
o de mortales que quieren que su cuerpo sea congelado. La idea
-dicen- es transformar el clima lúgubre y silencioso de los velorios
a través de una producción multimedia en la que el fallecido puede
hacerse escuchar por última vez y decirle lo que quiera a quien
quiera”
De todo tenemos en la viña del señor.
Es verdad cada centímetro de texto, mucho de esto que narra el amigo, lo he vivido, esos velorios a los que asistí en la niñez, cuando fallecieran amigos de mis padres, uno en espacial recuerdo, al hombre le había caído un gancho de traspaso de carga en la cabeza y lo mató. Yo, entre mi curiosidad y un lógico temor a lo desconocido, creo era mi primer velorio, me acerqué despacito al cajón, para mirar el rostro del muerto que tenía uno de los ojos semiabiertos y también la comisura de los labios. Me sentí intimidado pero, lo peor, o lo que me dejó una sensación muy fea, casi como de asco, no se describirlo, cuando observé que en el patio estaban asando carne que luego fue la cena de los asistentes, o de la parentela. De ahí que hoy no asisto a estos eventos, salvo por un fallecido al que no puedo obviar. Con el correr de las horas, en aquél tiempo ya no se guardaba respeto por la congoja familiar y las carcajadas por los cuentos y chistes parecían que levantarían al convidado de piedra tieso en el féretro. es largo este recuerdo pero aquí me detengo, un abrazo para usted, amigo escritor.
ResponderEliminarpido disculpas, debía decir, "uno en especial recuerdo",
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