¿Puede
usted imaginar que alguna vez en nuestra ciudad, a pesar de estar
alejada de las costas y en medio de extensas llanuras, hubo personas
que se las ingeniaron pasta dotar a Camagüey de un submarino?
Cuando
en el 1914 el entonces imperio alemán comenzó a extender su dominio
sobre el resto de Europa estalló la I Guerra Mundial. Desde un
principio Alemania tuvo en cuenta que era necesario cortar todos los
suministros que pudieran llegar de América y por eso, cuando el
primer submarino germano hundió un mercante en medio del Atlántico,
el mundo comprendió que se iniciaba un nuevo capitulo en el libro de
la historia militar.
Por
acá la prensa sensacionalista se encargó de hacer su oficio, lo que
unido a la novelería humana, sembró el pánico en numerosos países.
Fue una especie de histeria colectiva, como sucedió hace poco con
los platillos violadores.
En
Cuba incluso se llegó a ofrecer una recompensa de mil pesos para la
persona que diera información cierta sobre la presencia de
sumergibles en nuestras aguas, mientras que los periódicos
publicaban día a día un parte señalando los lugares donde se
habías visto a esas embarcaciones.
Entonces
fue cuando se le encendió la chispa a algún acólito del entonces
Presidente de la República, Mario García Menocal, ¿No estaba acaso
Cuba involucrada en una guerra?, ¿No teníamos kilómetros de costas
para proteger?
Manos
a la obra. La idea prodigiosa fue la de comprar submarinos a la
armada norteamericana para nuestra Marina de Guerra. Pero no dos o
tres, sino seis submarinos. Uno para cada provincia.
El
quid de la cuestión estaba en que esas naves, para que usted vea lo
que es el patriotismo, debían adquirirse por suscripción popular y,
claro, a cuenta de las propias provincias. Por supuesto que se dejo
bien claro en nota publicada que según el monto de la recaudado así
seria el armamento que se le colocaría a la nave.
El 3
de octubre de 1818 se constituyó en nuestra ciudad la Comisión
Provincial para la adquisición del submarino Camagüey.
Luego
llegaron representantes de la Armada y empresas yanquis para traernos
sus propuestas y precios. En el territorio visitaron el puerto de
Nuevitas para estudiar dónde se iba a ubicar la nave y fueron a
Santa Cruz del Sur por si acaso, porque lo bueno era, dijeron, que
Camagüey tuviera dos y no un solo miserable submarino.
Bajo
la consigna de “Coopere con el submarino
Camagüey” y una fuerte campaña de prensa,
se comenzó a pasar el cepillo; comerciantes, hacendados, colonos,
industriales, terratenientes, asociaciones, escuelas, guagüeros,
religiosos, jubilados, niños, ancianos. Nadie se escapó de la
ponina.
Los
aportes se fueron acumulando bajo la celosa mirada del Gobierno
Provincial y las autoridades militares que no le quitaban los ojos de
encimas a la suma que de uno a otro día iba en aumento.
Para
el 1919 el submarino Camagüey, si es que llegó a estar en los
astilleros norteamericanos, comenzó a hacer agua.
¿No
se estaba acabando la guerra, entonces para qué se iban a necesitar
submarinos?
Los
del Partido Conservador que estaban en el poder, acusaron a los
liberales de los males que padecíamos. Los liberales, como siempre,
amenazaron con alzarse en armas. Algunos gremios obreros intentaron
irse a la huelga. La Guardia Rural se movilizó, Hubo un par de
sonados sucesos pasionales.Apareció una oportuna epidemia de
influenza.
Por
supuesto que con todo ese convulso panorama, ¿quién iba a acordarse
de un submarino que ni siquiera se sabe si llego a construirse? Por
eso colectas, frases retóricas, comisiones de embullo y fotos para
las crónicas sociales, fueron a dar al último rincón de los
archivos.
Y por
fin la nave, sin un arañazo en la contienda, se fue a pique. Se
hundió. Naufragó arrastrando los cientos de miles de pesos
recaudados y que con seguridad estaban a bordo porque nadie más
volvió a saber de ellos.
Ni
una mancha de aceite. Ni un bote salvavidas, Ni una botella vacía
con algún mensaje.
Al
submarino Camagüey parece, se lo tragó el Triángulo de Las
Bermudas.
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