En
una de las Memorias de la Guerra de 1895, Enrique Loynaz del
Castillo, sin dudas una de las figuras mas gallardas de la gesta de
la independencia cubana, narra una interesante anécdota en la que
participó José Francisco Martí Zayas Bazán, residente entonces
junto con su madre, Maria del Carmen Zayas Bazan Hidalgo, en la
vivienda de sus abuelos maternos en en la ciudad de Santa Maria del
Puerto del Príncipe.
Según
narra Loynaz, (1) durante las pascuas de 1892 organizó junto a un
grupo de jóvenes como él “un
memorable paseo a la Sierra de Cubitas y a las cuevas del mismo
nombre” para
hacer estancia en cualquiera de las haciendas o ingenios azucareros
de la región propiedad de familias ilustres.
En unos de los párrafos
de la historia nos cuenta que; “El paseo siguió sin novedad en
marcial desfile hacia la sierra de
Cubitas. Primero visitamos el campo de batalla del desfiladero de
Cubitas, donde el brigadier Lesca, al frente de numerosa tropa
española, empeñó fuerte combate por forzar el paso hacia los
llanos de Camagüey. Rechazado allí por el batallón del coronel
Chicho Valdés y la compañía de rifleros de la escuela de Quesada,
al mando de mi padre, Enrique Loynaz, desvió su marcha por otro
sendero tramonto con éxito la cordillera... Pensé que era el
momento –aunque
inesperado--, para iniciar de una vez la Revolución. Acabábamos de
quitar seis fusiles entre bromas y veras a tres parejas de la guardia
civil que guarnecía el puesto de Limones: Teníamos revólveres. Y
en improvisada arenga dije que teníamos más que armas, bravos
corazones cubanos, y que cobardía ninguna seria capaz de detenernos
a la hora de montar a caballo a defender la independencia de Cuba.
Unos aplaudieron la iniciativa. Otros, más reflexivos, propusieron
salir al campo revolucionario en condiciones mejores que a las que
este paseo nos había conducido León Primelles, quien se encargó
de calmar a los más impacientes y arrebato. El hijo de Martí, de
solo catorce años estaba presente. Su señora madre me lo había
confiado creyendo que yo era el más juicioso de los concurrentes al
paseo. Era un muchacho impetuoso, dispuesto a la aventura
revolucionaria”
Luego
de calmados los ánimos, la tropa de excursionista visitó algunas de
las cuevas del flanco sur de la cordillera hasta llegar a la cueva
del Agua o cueva de Los Lagos, situada en el barrio de El Cercado,
espelunca que se caracteriza por la presencia de varias galeritas y
salones inundados e interconectados entre si por pasos sumergidos por
donde es forzado bucear para pasar de uno a otro espacio. Si bien el
lago principal, situado al fondo de una dolina recibe la luz del sol
directamente, los restantes solo reciben un tenue reflejo de luz, lo
que hace en realidad peligroso su recorrido.
Continua
Enque Loynaz diciendo que tuvo que lanzarse a las aguas buscando al
joven Marti que “...se había zambullido debajo de un paredón y
salido al otro espacio limitado por las bóvedas de piedra y apenas
alumbrado por lúgubre claridad que a través del agua reflejaba
sobre las blancas bóvedas. Una semana transcurrió en aquel paseo,
el más grato de cuanto e disfrutado en mi vida. Una fotografía fue
enviada a Martí, en la que aparecíamos alineados como un escuadrón
insurrecto en la sabana camagüeyana”
En
realidad de esa foto nada se sabe y no hay constancia de que Marti la
haya recibido.
Loynaz
del Castillo, (1871 – 1963) alcanzó el grado de de General del
Ejercito Libertador durante la guerra de 1895, fue amigo de José
Marti, ayudante de Maceo, autor del Himno Invasor y participó en mas
de 88 combates, algunos de ellos tan importantes como la batalla de
Mal Tiempo
(1)
Enrique Loynaz del Castillo: Memorias de la guerra, Editorial
Ciencias Sociales, La Habana, 1989, p.58)
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