La Plaza del Paradero, situada frente a la antigua estación del ferrocarril cuyo entorno, aunque hoy se encuentra bastante deteriorado a pesar del pequeño parque arbolado que allí existe, en sus buenos tiempos fue una zona populosa y atractiva. En sus inicios se le conoció como la Plaza del Vapor, pues en ella se reunían los pasajeros del tren de Puerto Príncipe - Nuevitas, puerto en el que tomarían los vapores rumbo a La Habana, Santiago de Cuba u otro destino, incluyendo España.
En el centro de la plaza había un abrevadero para los caballos que tiraban de los coches y carromatos que allí se reunían. Desde el centro de esa pozeta se levantaba un tubo de hierro con un cayado al final del cual se colocó primero un farol, y mucho después una bombilla incandescente.
Con el tiempo el entorno comenzó a transformarse a partir de 1928, cuando se inició la construcción, en la esquina de Avellaneda y Van Horne, del Hotel Plaza. Centro distinguido de personajes y personalidades de todo tipo, incluyendo presidentes, científicos, artistas, generales y doctores, con la zaga de banquetes, entrevistas y conferencias, incluso en una de sus habitaciones se instaló una sala de prensa y en el último piso una estración de radio.
Empezando por la plaza, que para la época se denominaba Van Horne. Todo ese espacio era de tierra, aunque luego el adoquín y la línea del tranvía que giraba por esa esquina rumbo a la calle República, logró un paso de progreso. Por esos años se ideó levantar en ese sitio una estatua a La Avellaneda, pero el proyecto no pasó de la etapa de veremos.
Como el lugar era atractivo y de mucho movimiento económico, se abrieron otros hoteles y hospedajes, como los situados, uno frente a otro, en las esquinas de Avellaneda y Francisquito; estos fueron el Bristol y el New York. En la misma acera del New York se instaló la terminal de los Ómnibus Hood, que rendían viaje de Camagüey a Bayamo, y más arriba, en la acera de enfrente, el hotel Quisisana, donde existieron dos terminales de ómnibus inter provinciales con viajes a La Habana y Santiago de Cuba, Los Aliados y La Flecha de Oro, cerca estaban, por la calle Avellaneda, el hotel Sevilla, con la terminal de ómnibus Elicanu, con destino a Elias y la farmacia Yuesma, asi como multitud de cafeterias y pequeñas posadas. En el tramo de Van Horne, frente a la estación de trenes eran famosos varios establecimientos, entre estos La Manzana Roja, la dulcería El Felix, y el restaurante Rancho Grande.
Del otro lado, haciendo esquina con República, el popular restaurante Capitolio, cuya demolición en la década de 1960 para construir el parque Mario Arostegui aún nadie se explica. A partir de esa esquina la calle República se abría en numerosos comercios, La Moda, la Casa Kinfol, El Gato Negro, Perezosa. Mientras que por Francisquito, frente a los almacenes de los ferrocarriles, numerosas fondas y puestos de fritas como La Orensana, La Gallega, La Minuta, Los Tres Kilos, La Frita con Salsa. Luego venía de inmediato la zona de tolerancia de las calles Progreso y Owen, bordeando el macizo edificio de la Cárcel Provincial y también, muy cerca, estaba la inmensa y sufrida cuartería Las Tres Banderas y La Jardinera. Pero esas son otras historias.
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