Una de las características del camagüeyano es su fidelidad al idioma español, y dentro de eso nos destacamos por el uso de frases prefabricadas en el curso de generaciones. En realidad hoy pensamos menos de lo que parece gracias a las frases hechas, es una especie de idioma enlatado, como sacadas de un refrigerador en el momento oportuno.
No crea que el tema es anacrónico, en Camagüey tuvimos y aun tenemos filósofos proveedores de prosa florida, lo que pasa es que a veces brotan solo en algún homenaje, un inicio de curso, unas palabras de clausura y hasta en una despedida de duelo.
No crea que el tema es anacrónico, en Camagüey tuvimos y aun tenemos filósofos proveedores de prosa florida, lo que pasa es que a veces brotan solo en algún homenaje, un inicio de curso, unas palabras de clausura y hasta en una despedida de duelo.
Es una especie de guión previsto, porque siempre hay un orador que dice, “seré breve”, y otro asevera que “la emoción le embarga”. Está quien certifica que “nada tiene que añadir a lo dicho por el anterior”, o el que “no encuentra palabras para expresar sus sentimientos”.
Y qué me dicen del que comienza; “Permítanme decirles que….”.
Claro que sí, si hasta la misma prensa, en una determinada época hizo gala de esas frases hechas; “la madre inconsolable”; “el acaudalado comerciante”; “las vacaciones merecidas”; “el hijo amantísimo”; “los puntos sobre las íes”; “el padre sacrificado”; “la viuda atribulada”, (déjenme decirles que por lo general esa tribulación está en dependencia con la edad de la viuda).
Para los redactores las concentraciones políticas eran “monstruosas”; los médicos “eminentes”; los funcionarios “probo”; las autoridades “incorruptas”; los militares “pundonorosos”; el estudiante “inteligente”; la esposa “amantísima”; el político “egregio”. Los calificativos de entonces, cambiando solo a los personajes, podrían usarse hoy. Por esa culpa de ayer tenemos hoy como herencia en cualquier rincón de los periódicos “el magnifico esfuerzo del colectivo”; “el aguerrido contingente”; “los problemas coyunturales” y hasta “el logro alcanzado”.
Por esa vía en las crónicas sociales las damitas jóvenes eran “figulinas, simpáticas, hermosas, diosas de alabastro”, (¿?), y hasta tenían los ojos “aterciopelados, soñadores, románticos y cautivadores”. Mientras que las jamonas pasaban por “bondadosas, delicados, caritativas y hasta matronas insignes, mientras que los caballeros podían ser “acaudalados, correctos, atentos, populares, gentleman y toda una larga serie de calificativos que para qué les cuento.
Pero tenemos también nosotros los lugareños, mentiras convertidas en frases hechas, como el aquello de que “la cara es el espejo del alma”. Eso no es cierto, porque en realidad la cara, fatalmente, es el espejo del hígado. Claro que hay expresiones más agudas, como esa de que· “¡Estás igualita, los años no pasan por ti!”; o “Que lindo tu niño, como se parece al padre”; y hasta el perrito del amigo es tan inteligente que “solo le falta hablar”. Cinco estrellas es este aporte; “¡Pero muchacha, si tu dentadura postiza parece natural!”
Mentiras adorables que a veces se agradecen.
Y qué me dicen del que comienza; “Permítanme decirles que….”.
Claro que sí, si hasta la misma prensa, en una determinada época hizo gala de esas frases hechas; “la madre inconsolable”; “el acaudalado comerciante”; “las vacaciones merecidas”; “el hijo amantísimo”; “los puntos sobre las íes”; “el padre sacrificado”; “la viuda atribulada”, (déjenme decirles que por lo general esa tribulación está en dependencia con la edad de la viuda).
Para los redactores las concentraciones políticas eran “monstruosas”; los médicos “eminentes”; los funcionarios “probo”; las autoridades “incorruptas”; los militares “pundonorosos”; el estudiante “inteligente”; la esposa “amantísima”; el político “egregio”. Los calificativos de entonces, cambiando solo a los personajes, podrían usarse hoy. Por esa culpa de ayer tenemos hoy como herencia en cualquier rincón de los periódicos “el magnifico esfuerzo del colectivo”; “el aguerrido contingente”; “los problemas coyunturales” y hasta “el logro alcanzado”.
Por esa vía en las crónicas sociales las damitas jóvenes eran “figulinas, simpáticas, hermosas, diosas de alabastro”, (¿?), y hasta tenían los ojos “aterciopelados, soñadores, románticos y cautivadores”. Mientras que las jamonas pasaban por “bondadosas, delicados, caritativas y hasta matronas insignes, mientras que los caballeros podían ser “acaudalados, correctos, atentos, populares, gentleman y toda una larga serie de calificativos que para qué les cuento.
Pero tenemos también nosotros los lugareños, mentiras convertidas en frases hechas, como el aquello de que “la cara es el espejo del alma”. Eso no es cierto, porque en realidad la cara, fatalmente, es el espejo del hígado. Claro que hay expresiones más agudas, como esa de que· “¡Estás igualita, los años no pasan por ti!”; o “Que lindo tu niño, como se parece al padre”; y hasta el perrito del amigo es tan inteligente que “solo le falta hablar”. Cinco estrellas es este aporte; “¡Pero muchacha, si tu dentadura postiza parece natural!”
Mentiras adorables que a veces se agradecen.
No hay comentarios:
Publicar un comentario