Por
supuesto que una ciudad con tantos años tiene también una larga
historia. En Camagüey no son solo calles y zaguanes, plazas, parques
o callejones los que marcan esos hitos de periodos, ni siquiera solo
personajes y personalidades nos acompañan en los fantasmas
de las memorias, las páginas de los libros o en los desvanes
umbrosos. Hay hechos cotidianos, incluso estampas de la fauna
sumados a crónicas añosas.
Un
principal ejemplo de esas historias es la leyenda del aura blanca,
aquella humilde ave hecha “milagro” cuando en la década del 1880
a la muerte del sacerdote Jesús de la Cruz Espí, el popular padre
Valencia, apareció sobre el leprosorio de San Lázaro y muchos
quisieron ver en ello el alma del sacerdote que tornaba a ellos para
socorrerlos. Por años el religioso logró mantener a duras penas el hospital pidiendo limosnas de puerta en puerta. Capturada el ave y exhibida, lo recaudado sirvió para
dar solución económica por algún tiempo al hospital. De allí a la leyenda solo había un paso
El
sinsonte principeño se hizo famoso en la ciudad a partir de 1837,
propiedad del maestro de música Luis de Urra. El ave canora,
colocado en una jaula dentro de la sala de la vivienda número 27 de
la calle Candelaria, bien pronto comenzó no solo a copiar gorjear
y silbar la escala musical, sino también los sonidos de diferentes
instrumentos musicales, interpretando arias de óperas y zarzuelas,
sinfonías y romanzas.
Un
día de febrero de 1856 el ave murió de vejez y en su homenaje,
algunos periódicos publicaron a manera de epitafio y despedida
la siguiente composición; “·Aquí yace el inmortal / cantor raro
y peregrino /de la zona tropical / que en sus cadencias y trinos /
jamás conoció rival”
En
la década del 1890 se hicieron famosas en Puerto Príncipe las misas
de tropas oficiadas los domingos por la mañana en la iglesia
catedral. Luego en la contigua Plaza de Marte las bandas de música
del ejército ofrecían retretas extendidas casi hasta la hora del
almuerzo.
El
batallón de Cádiz, instaslado en el cuartel de San Ignacio y Mayor,
a muy pocas cuadras de la Plaza de Marte, se desplazaba hacia el
lugar en perfecta formación al compás de su banda de música. Tenía
la escuadra de gastadores de ese batallón diez o doce guineos que,
junto a los soldados, se mantenian como marcando el paso.
Permaneciendo junto a los soldados durante la ceremonia para luego
salir a corretear por la plaza hasta que el clarín llamaba a
formación para el regreso al cuartel.
Ese
espectáculo que el pueblo salia a disfrutar duró varios años,
hasta que una vez, correteando el grupo de aves por en almacén del
cuartel, una estiba de catres de campaña les cayó encima muriendo
todas apesadumbrando a los soldados y oficiales del de Cádiz así
como a la población camagüeyana que tanto les admiraba y aun se
recuerda.
Nitrato
aun nos resulta un personaje extraño cuyo fin nunca se supo, aunque
si algunas facetas de su vida. Nadie sabe de dónde salió o quién
le bautizó con tan singular nombre. De todas formas hasta la fecha
ha sido uno de los personajes más tratados por la prensa de su
época y quien a pesar de sus fechorías resultó a veces simpático
a la población. Acusado de robos, amenazas, destrucción de la
propiedad y hasta de ataques, el chivo Nitrato comenzó a ser
conocido a partir del 1920 a través de las crónica roja de los
periódicos.
Un día, con muchos años de maldades, desaparecido
con el mismo misterio como apareció por el entorno del reparto
La Norma cerca del río Hatibonico y al otro lado de la calle del
Rosario. Es este animal una figura aun no olvidada.
El Potro Criollo llegó a nuestra ciudad en el 1935, construido en
Alemania con papel maché y cola fue adquirido cinco años antes por
la entonces famosa talabartería habanera el Potro Andaluz.
Trasladado a Cuba, viajó por equivocación por diferentes puertos de
América del Sur hasta llega a La Habana y desde allí a Camagüey
para dar nombre a la talabartería El Potro Criollo, situada en la
calle de República. Alguna vez, en la década de 1950 intentó ser
adquirida por un hacendado de Texas para llevar a una feria ganadera
en los EEUU, pero el dueño de la pieza no aceptó la oferta.
El
Potro criollo que a lo largo de los años ha sido bayo, gris, negro,
canelo, moato, colono y de todos los colores imaginables fue y es
conocido por muchas generaciones lugareñas y allí se encuentra,
a la entrada de la talabartería, ensillado con las mejores arreos
en exhibición de esa afamada fábrica de monturas.
Allá
por los años 1950 en el reparto Florat residía una humilde familia
de apellido Guerra al extremo de la calle Alfredo Adán, lugar donde
la vía trepa una suave elevación pero que los camagüeyanos,
llaneros de nacimiento y faltos de alturas que destacar denominaban
La Loma.
Tuvo
por años esa familia una grulla que de alguna forma lograron
domesticar y que tomó la costumbre de recorrer día por día todo
aquel lugar visitando viviendas, patios y solares yermos lanzado de
vez en vez sus ásperos graznidos. Los vecinos del lugar se
acostumbraron a aquellas visitas y nunca le faltó al ave protección
y comida, aun que en realidad no recuerdo que nadie le haya agredido,
por el contrario, era ella quien perseguía a otros animales que le
resultaran extraños.
Con
el tiempo el lugar comenzó a ser conocida como la loma de La Grulla,
nombre que desde entonces recibe ese populoso espacio del reparto
Florat.
Pancho,
como todo ser que se respete tenía su apellido, así que por más de
25 años fue para todos los camagüeyanos Pancho, el león del
Casino.
Pancho
nació en la jaula de un circo llegado a la ciudad y dejado al
cuidado de una familia apenas despuntó, pues su madre murió en el
parto. De pequeño paseaba por nuestras calles sujeto por una cadena
con una mansedumbre asombrosa luego, al crecer fue trasladado al
zoológico instalado en el parque del Casino Campestre a partir del
1960.
Hubo otros leones que llegaron o se marcharon, que le
acompañaron cuando su jaula fue ampliada y hubo otras capacidades,
pero el siguió siendo siempre Pancho, el león del Casino.
Pancho
fue un principal damnificado del ciclón Flora en 1963 y su rescate
fue espectacular cuando las aguas del río Hatibonico, que por allí
subieron hasta tres metros, amenazaban su jaula. El rescate fue la
obra de un arriesgado grupo de trabajadores de Servicios Comunales y
vecinos del lugar quienes expusieron sus vidas para salvarlo y
llevarlo a lugar seguro. Ese rescate fue un suceso en la ciudad que
alegró a todos. “!Cóncho, se salvó Pancho!”. comentaba la gente.
Tuvo
sus amores y sus hijos se convirtieron en los primeros leones lugsareños. El 7 de marzo de 1986 Pancho se murió. Dijeron que de
un infarto, en realidad no sé cuanto puede vivir un león pero éste
ya andaba por sus 30 años. La prensa se ocupó del caso y alguna
nota fue publicada a la muerte del animal, cuya historia bien puede
sumarse a la crónica de estos personajes que forman parte de
nuestras pequeñas historietas cotidianas.
Preciosas esas anécdotas de mi querido #Camagüey Algunas las conocía, otras no, GRACIAS Labrada.
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