Para
enero de 1893 José Martí recibió en New York una carta remitida
desde Camagüey por Enrique Loynaz del Castillo, joven que en la
guerra del 95 se convertiría en uno de los generales más gallardos
de esa gesta.Junto al pliego le remitía una foto en que aparecían,
en la sabana de Cubitas, jinetes organizados en línea de combate.
Uno de aquellos jinetes era José Francisco Martí Zayas Bazan , que
entonces tenia catorce años.
Ni la
carta ni la foto nunca aparecieron entre los papeles dejados por
Martí a su salida hacia Cuba y de ellas solo queda el testimonio que
escribiera en sus memoria Loynaz del Castillo a la conclusión de la
guerra, página que tituló; “Un memorable paseo a la Sierra de
Cubitas y a las cuevas del mismo nombre” . Que se sepa, es la
única foto que desde Puerto Príncipe recibiera Martí.
Relata el
General que para las pascuas de 1892, y estando en Puerto Príncipe,
organizó esa excursión en la cual participaron varios jóvenes
camagüeyanos
“El
paseo siguió sin novedad en marcial desfile hacia la sierra de
Cubitas, narra Enrique Loynaz, Primero visitamos el campo de batalla
del desfiladero de Cubitas, donde el brigadier Lesca, al frente de
numerosa tropa española, empeñó fuerte combate por forzar el paso
hacia los llanos de Camagüey. Rechazado allí por el batallón del
coronel Chicho Valdés y la compañía de rifleros de la escuela de
Quesada, al mando de mi padre, Enrique Loynaz, Luego desviamos la
marcha por otro sendero tramontando con éxito la cordillera.....
Pensé que era el momento –aunque inesperado--, para iniciar de una
vez la Revolución.
Acabábamos de quitar seis fusiles entre bromas y
veras a tres parejas de la guardia civil que guarnecía el puesto de
Limones: Teníamos revólveres. Y en improvisada arenga dije que
teníamos más que armas, bravos corazones cubanos, y que cobardía
ninguna seria capaz de detenernos a la hora de montar a caballo a
defender la independencia de Cuba. Unos aplaudieron la iniciativa.
Otros, más reflexivos, propusieron salir al campo revolucionario en
condiciones mejores que a las que este paseo nos había conducido.
León Primelles, se encargó de calmar a los más impacientes y
arrebatados.
El hijo de Martí, de solo catorce años estaba
presente. Su señora madre me lo había confiado creyendo que yo era
el más juicioso de los concurrentes al paseo. Era un muchacho
impetuoso, dispuesto a la aventura revolucionaria. En el profundo
lago existente bajo las cuevas se había lanzado al agua.... Cuando
vine a advertirlo se había zambullido debajo de un paredón y salido
al otro espacio limitado por las bóvedas de piedra y apenas
alumbrado por lúgubre claridad que a través del agua reflejaba
sobre las blancas bóvedas.
Una semana transcurrió en aquel paseo,
el más grato de cuanto e disfrutado en mi vida. Una fotografía fue
enviada a Martí, en la que aparecíamos alineados como un escuadrón
insurrecto en la sabana camagüeyana” (1)
(1)
Enrique Loynaz del Castillo: Memorias de la Guerra, Editorial
Ciencias Sociales, La Habana, 1989, p.58)
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