Compañía Santos y Artigas |
Por lo general esas temporadas coincidían con nuestro invierno, periodo de seca que daba seguridad al transporte y oportunidad de no tener que suspender programas debido a la lluvia.
La promoción era clásica, fanfarria y desfile de payasos a pie o a bordo de un camión con cuatro timbaleros y un anunciante con bocina, promoviendo el programa y las mejores atracciones. Los más solventes lanzaban volantes con el programa impreso, casi siempre patrocinado por los cigarros Guarina, Partagas, la compañía refresquera de Pijuan o el jabón Candado.
Por lo general los circos en un principio, allá por la primera mitad del 1900 preferían alquilar los escenarios de los teatros Avellaneda, Principal, Apolo o Social, pero luego, con las carpas, llegaron a tener cierta independencia en sus desplazamientos.
La aéreas preferidas se ubicaban casi siempre a orillas de repartos pobres, que era de donde acudía la mayor cantidad de público. Una buena parte de esos circos levantaban su carpa en la Plaza de Méndez, que fuera de cuatro corpulentos laureles y el monumento que conocemos a los mártires del 1851, todo el entorno era una especie de solar yermo donde daban vuelta los tranvías de la ruta Avenida de Los Mártires - La Caridad.
Allí estuvieron los magníficos circos Blackaman, Razzore, Gaby, Fofó y Milique y Santo y Artigas, los desarrapados Hermanos Montalvo, La Rosa y Miguelito, así como otros de humilde corte como el Blanco y Rosa, El Azul, Tulipa, La Mexicana, El Estelar y una miríada más, perdidos casi todos en el olvido de las carteleras, pero no en los más gratos recuerdos de los que hoy peinan canas y que entonces hacían lo indecible por ocupar una grada en torno a la pista, pagando los diez kilos de la entrada o colándose por debajo de la lona, y disfrutar del Diablo come candela, la familia de trapecistas Las Centellas del Aire, el Mago Mandrake, Iván, el domador de fieras (o de la solo única fiera) casi siempre un león descomido que aun se preguntaba de quien habría sido la ocurrencia de traerlo desde África a terminar sus días en una jaula de circo. De todos ellos el final más dramático lo tuvo el circo Razzore, quien luego de actuar en Camagüey partió hacia una turne en Centro América, naufragando la nave en la que viajan durante una tormenta pereciendo casi todos sus miembros.
La Compañía Santos y Artigas fue muy emprendedora, pues aparte de su gran circo, se dedicó al negocio del cine, y de ellos fue por algún tiempo el cine teatro Avellaneda.
En este cine, aparte de actos circenses se proyectaban películas y episodios, por lo general de cow boys, Buk Roger, el conquistador del espacio, Tarzán o El Fantasma, por supuesto un episodio distinto cada noche para garantizar la continuidad del público .a lo largo de una semana.
Otros circos degeneraron el teatro vernáculo con siete u ocho libretos de sainetes donde intervenían gallegos, chinos, un guajiro inocentón, negritos sabichosos y mulatas provocativas, todos los cuales al final, terminaban bailando una rumba como despedida. Eso no fallaba. Por ese entretelón de despedida fueron, al igual que sus artistas, desapareciendo los circos cubanos de la época del siglo XX.
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