Las cuatro palmas de Puerto Príncipe

 A mediados de 1853, siendo alcalde ordinario de la ciudad de Santa María del Puerto del Príncipe el lugareño Don Antonio de Miranda y Boza, se dispuso el embellecimiento de la antigua Plaza de Armas en obras a cargo del arquitecto Don Pablo Varona, colocándose bancos, escalinatas de acceso, una cerca de hierro y la siembra en el entorno de varios arboles. 
 
Hasta entonces el sitio era una especie de plazoleta solitaria y de tristes recuerdos, pues en ella eran ajusticiados, por lo menos desde finales del siglo XVIII, cimarrones y cubanos en lucha contra la Metrópolis. 
 
Aprovechando la oportunidad, dispuso el alcalde la siembra de cuatro palmas, una en cada esquina del futuro parque, como secreto homenaje a los cuatro camagüeyanos fusilados en la sabana Caridad de Méndez el 12 de agosto de 1851, entregándose la custodia y cuidado de las mismas a connotadas figuras lugareñas identificadas con la lucha por la independencia.

Según el acuerdo y lo que la historia nos cuenta, la palma situada entonces frente al Liceo, hoy Biblioteca Provincial, fue dedicada a Joaquín de Agüero y ella se le encomendó a Antonio Miranda y Boza, hermano del alcalde y que fue quien trajo las cuatro posturas de palmas desde su finca, en Maraguán; la segunda, que es la situada próxima a la entrada de la Iglesia Mayor, en la actual calle de Cisneros, se dedicó a Fernando de Zayas y estuvo a cargo de Doña Luisa Betancourt.

La tercera situada por actual calle Independencia al fondo de la Catedral dedicada a Miguel Benavides, fue del cuidado del Dr. Miguel Xiques, quien tenia su farmacia en la esquina que hoy conforman las calles de Cisneros y Martí, y la cuarta, bajo la responsabilidad de José Feliciano Vilató, en la actual esquina de Martí e Independencia, fue dedicada a Tomás Betancourt. 
 
Se tomo aquella custodia con tal convicción patriótica que ese compromiso de atención jamás fue abandonado, e incluso esa responsabilidad pasó como legado familiar de una a otra generación. Solo cuando concluyó la Guerra se reveló el secreto, construyéndose las tarjas que hoy acompaña cada palma.

Sin embargo en los inicios del 1926 y durante el primer gobierno de Machado, fue ocurrencia del Ayuntamiento de la ciudad remozar el parque Agramonte y lo primero que se les ocurrió fue talar las cuatro palmas para, en su lugar, colocar bustos de los patriotas que ellas representaban. Según los diseñadores del nuevo parque, las palmas obstruían la vista y la posibilidad de sembrar otros árboles de sombra.

Por supuesto que hubo numerosas protestas entre la población, ya que las palmas en este caso constituían de por sí monumentos históricos. Abanderada de esas defensa fue la patriota y periodista Domitila García de Coronado, quien libró una dura lucha para dejar las palmas en su sitio, aunque no pudo impedir que en los primeros momentos dos de ellas fueran derribadas. 
 
Finalmente, ante las proporciones que iba tomando la situación con la participación en las protestas de numerosas personalidades de la ciudad, e incluso del país,  la alcaldía local estimó dejar las cosas como estaban, reemplazó las palmas taladas y, hasta el día de hoy.

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