Apuntes del ferrocarril principeño

Luego de visitar Europa y conocer  de cerca los progresos y posibilidades que se abrían con el ferrocarril, Gaspar Betancourt Cisneros, El Lugareño, logró  en 1828 que el ingeniero inglés Charles Hampder, radicado en New York, viniera a Puerto Príncipe  con el fin de hacer un proyecto destinado a la construcción  de una línea férrea desde nuestra ciudad al puerto de Nuevitas.

Entre ese año y el siguiente el ingeniero realizó las inspecciones al terreno considerándolo apto para la empresa, acometiéndose la obra  y dando inicio el proyecto del primer ferrocarril de Cuba y de América Latina.

Acuerdan presupuesto para la biblioteca

Camagüey, 28 de mayo de 1938; En la mañana de hoy, durante la sesión ordinaria del Ayuntamiento de Camagüey el concejal  Alfonso Cedrés, perteneciente a las filas del Partido Auténtico, propuso a la Cámara municipal votar un  crédito de 300 pesos para dotar de libros y muebles a la biblioteca pública La Avellaneda, situada desde hace algunos años en una cochera semiderruida situada en la calle de San Fernando, casi frente al callejón de Triana.

Como durante la sesión alguien recordó que el local que ocupa la biblioteca es el fondo de la vivienda donde radica el Círculo de Trabajadores, se originó un debate sobre si ese Circulo era quien debía o no de correr con los gastos, pero en ese punto Cedrés dijo que al menos el Ayuntamiento se ahorraba el pago del alquiler del local de la Biblioteca, ya que los trabajadores habían dotado a la instalación cultural no solo de vivienda, sino que  en sus posibilidades ayudaban a su mantenimiento.

El aura blanca, otra vez

A partir de la primera parte del siglo XIX tomó forma en la ciudad de Camagüey la leyenda del aura blanca, según la cual, al instante de la muerte del padre Valencia, sacerdote franciscano que disfrutaba de popularidad, la situación del leprosorio de San Lázaro, institución fundada por él  y mantenida con limosnas que diariamente recogía entre la población, era desesperada. Un buen día llego un aura blanca al patio de lazareto, cosa extraordinaria pues como se sabe esa ave es una especie de buitre antillano perfectamente negro. Apresado el animal, fue exhibido por un tiempo y con ello hospital pudo mantenerse por un largo tiempo.

Máquinas de escribir

Es innegable que, comparado con lo que nos aportó el gobierno colonial español, la primera intervención norteamericana en los finales del siglo XIX trajo al país un notable avance técnico.

Si de esa época hojeamos alguna revista vemos como la llegada de las máquinas de escribir fue todo un acontecimiento social, tal y como hoy sucede con las computadoras.

Según referencias, en los últimos años del 1800, ya existían algunas máquinas de escribir en la ciudad, y por eso fue que sobre el 1905 teníamos en Camagüey por lo menos dos academias para enseñar el uso de las modernas digitográficas o digitotipos, como en un principio se les denominó. Esas academias estaban dirigidas por personas que importaron máquinas desde los Estados Unidos de Norteamérica, país que las utilizaba por lo menos desde cincuenta años antes, pero en Cuba, España poco o ningún interés había colocado en el adelanto de su gobierno colonial.

Singular estafa de “Cascarita” a un billetero

Camagüey, 6 de junio de 1949; Ante el carpeta de la Primera Estación de la Policía, sargento Uribe Olivera, se presentó el ciudadano Hernando del Moral Díaz, español, blanco, con instrucción, de 46 años de edad y vecino accidental del hotel Sevilla, para denunciar los hechos que a continuación se detallan.

Que en oportunidad de estar vendiendo sus billetes en la plaza del mercado de Santa Rosa, hubo de acercársele un ciudadano al que solo conoce por el apelativo de “Cascarita”, quien dijo tener el interés de comprarle un billete entero de la Lotería Nacional, porque había tenido un sueño con el número 058239, que era precisamente uno de los que él estaba vendiendo, por lo que aquel encuentro, dijo el tal “Cascarita”, parecía ser una profecía.

Moda femenina a la camagüeyana

La mujer camagüeyana, en lo esencial, tuvo siempre fama de buen vestir y ese gusto se lo debemos a todos los siglos anteriores, aunque fue el XIX quien marcó el sello, pues entonces la burguesía lugareña, que era quien marcaba la pauta de la moda, alcanzó sus más altos vuelos con una notoria influencia del refinamiento de Paris, traídas a la ciudad por familias que visitaban Francia, Italia o los Estados Unidos, entre estas los Simoni, Betancourt, Agramonte y otras muchas.

Durante la colonia las criollas en poco o en nada estimaron el gusto español dado a la sobriedad y colores densos y oscuros, por el contrario, las cubanas preferían los colores blanco, azul o rozado, con muchos encajes y complicados peinados con flores, cintas y peinetas. Las ricas camagüeyanas hacían ostentación con un corsé muy apretado para estilizar su cintura y grandes vuelos en sus vestidos que a veces alcanzaban hasta diez metros o más, y estos resultaban tan pesados que debieron de utilizar varillas para sostenerlos, además con mangas abombadas como faroles que bajaban hasta las muñecas y un enorme cuello a modo de capa.