El médico de Napoleón en Camagüey



Francisco Antonomarchi Mettel nació en Morsiglia, Córcega, el 6 de julio de 1789. Después de haber recibido, a la edad de diecinueve años el título de doctor en Filosofía y Medicina en la Universidad de Florencia, realizó una investigación sobre la catarata ocular y fue nombrado, a sus veintitrés años, doctor en Cirugía en la misma Universidad Imperial.
A la edad de treinta años, ya convertido en uno de los más grandes cirujanos y anatomistas de su época, publicó dos atlas anatómicos, así como varios estudios médicos sobre enfermedades tropicales, y otros referidos a los vasos linfáticos y los cadáveres de los ejecutados. Este currículum, unido a su labor al frente de la Cátedra de Medicina de la Universidad Imperial, le valió el nombramiento de médico en la nómina del ejército imperial francés.
 
A la edad de treinta años, ya convertido en uno de los más grandes cirujanos y anatomistas de su época, publicó dos atlas anatómicos, así como varios estudios médicos sobre enfermedades tropicales, y otros referidos a los vasos linfáticos y los cadáveres de los ejecutados. Este currículum, unido a su labor al frente de la Cátedra de Medicina de la Universidad Imperial, le valió el nombramiento de médico en la nómina del ejército imperial francés.
Al abdicar Napoleón, Antonmarchi se unió a él, hasta acompañarlo en 1815 en la batalla de Waterloo. Derrotado y refugiado en la isla de Santa Elena, Bonaparte quedó sin médico de cabecera, y Antonmarchi fue elegido por el cardenal Fesh para que ocupara esa responsabilidad. permaneció allí desde el 15 de octubre de 1815 hasta la muerte de Napoleón ocurrida en la madrugada del 21 de abril De 1821.
 Luego de abandonar Santa Elena y recorrer varios países y publicar un par de libros sobre sus memorias junto al Gran Corso. Antonomarchi no mirado con buenos ojos por los reinos de Europa, incluyendo por supuesto Inglaterra y aun la propia Francia, decidió trasladarse a América. Primero probo suerte como médico en Nueva Orleans, Luisiana y México, pero finalmente viajó a Cuba en los inicios de 1837 con el propósito, al aparecer, de asentarse en Santiago de Cuba, lugar donde tenia un familiar propietario de algunas minas de cobre, así como varios amigos franceses antiguos hacendados en Santo Domingo, quienes al triunfar la revolución en ese país se vieron precisados a emigrar a nuestro país.
  Sin embargo, y no se sabe porqué causas, Antonomarchi detuvo su viaje en Santa Maria del Puerto del Príncipe, alojándose en una casona situada en la calle Mayor, propiedad del escribano Don Ignacio de Escoto. No hay dudas que el culto médico francés quedo impresionado por el desarrollo cultural de la villa principeña, cuyos habitantes de inmediato le prodigaron muestras de admiración, tanto por su fama como por haber sido cercano colaborador de Napoleón, absoluto enemigo de los españoles.
Esas demostraciones fueron nos obstante obviadas por las autoridades quienes se comportaron de forma muy cortes con el médico dándole extraordinarias facilidades para su permanencia en la isla, En nuestra ciudad, por ejemplo, Antonomarchi presento credenciales al Teniente Gobernador firmadas por el Capitán General de la Isla, en las que se ordenaba a las autoridades civiles y militares de cualquier lugar del país socorrer al visitante, permitiéndole ejercer donde este deseara.
Parece que Antonomarchi pensó seriamente establecerse en nuestra ciudad porque el 26 de marzo de 1837 el Ayuntamiento de Puerto Príncipe coloco a disposición del visitante dos salas de reconocimientos médicos y operaciones que utilizaría “el tiempo que permanezca en el Hospital de Mujeres de Nuestra Señora del Carmen”. Y se añadía que dichas salas debían ser abiertas para esa labor estudiándose además si se necesitaban fondos para su preparación.
En otro documento de fecha 2 de junio del propio año, eL Ayuntamiento significo que Antonomarchi había visitado el local y dispuesto lo necesario para “instalar una sala de s.
atención a mujeres y otra de hombres, donde por demás realizaría operaciones·”.
Es significativo que para esa época vivía el padre Valencia, promotor de numerosas obras sanitarias en Puerto Príncipe, incluyendo el hospital de mujeres del Carmen, lugar seleccionado por el francés para practicar su profesión, por lo que es del todo probable que ambos hubieran establecido amistad y analizado en conjunto algunos problemas sanitarios de la ciudad.
Durante su estancia en Camagüey Antonomarchi realizo estudios en torno a algunas enfermedades tropicales, llegando a visitar los baños termales de Camujiro, aguas que sometió a análisis químicos y bacteriológicos, cosa poco conocida hasta entonces en en nuestro país. Reconoció la excelencias de esas aguas y recomendó su uso médico para combatir diferentes enfermedades. Luego hizo varias intervenciones quirúrgicas en el Hospital de mujeres, por lo que el gobierno local ; “le dio las expresivas gracias al Dr. Antonomarchi por el bien que le ha hecho a la humanidad afligida durante su permanencia en esta ciudad”.
Finalmente, reclamado por sus familiares y amigos de Santiago de Cuba el médico francés abandono Puerto Principie alojándose allá en el palacete de los marqueses de Tempu, lugar donde le realizo al marques Don Juan de Moya y Morejón una complicada y exitosa intervención quirúrgica de catarata verdadera novedad para dicha época.
Sin embargo, al marcharse de Puerto Príncipe el médico francés precipito su muerte. Pocos meses después Francisco Antonomarchi, que por años y años participo en numerosas y arriesgadas expediciones militares y batallas junto a las tropas de Napoleón a lo margo y ancho de Europa y medio continente asiático, en Cuba fue derrotado por un simple mosquito, lo mato el paludismo, murió el 3 de abril de 1838 en el curso de una epidemia que por esos meses azotaba la región oriental, siendo enterrado en el panteón del propio marquesa de Tempu. Hoy sus restos se encuentran depositados en el cementerio de Santa Efigenia, en Santiago de Cuba.
 A propósito, la única mascarilla mortuoria que existe del emperador francés la trajo consigo Antonomarchi, regalándola cuando se supo herido de muerte a su amigo Don Juan de Moya. Esa es la mascarilla que hoy se encuentra en el Museo Emilio Bacardí de la ciudad santiaguera. Otras pertenencias personales de Napoleón las dejo el médico en Puerto Príncipe, entre ellas un mecho de cabellos y un trozo del sudario que cubrió su cadáver, pero esas piezas se dieron por perdida años después.

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