Del ferroviario y de ferrocarrileros tenemos memoria.


En la linea del ferrocarril y la calle República había en alto, sobre pilotes, una caseta de madera pintada de verde y blanco. Esa era el feudo del guardabarreras, persona encargada, mediante una gran palanca, bajar o subir aquella barda al paso de los trenes para proteger a viandantes y vehículos al cruce de las lineas.
Aquel fue por años el señorío de Manuel Rodríguez Buenaventura, mi abuelo, mambí y mutilado por un accidente ferroviario que le cerceno una pierna. Por su largo y buen servicio en la Empresa perteneció a la Legión de Honor, distinción que otorgaban a los trabajadores del sector, como fueron las Columnas de Plata y Botón de Oro, de allí que en muchas oportunidades subí a aquel palomar para ver pasar trenes y, bajo su dirección, accionar la barrera, secreto que el se llevo a la tumba y hemos guardado los dos hasta ahora.

Camagüey; aun en el transito de misteriosas leyenda


Conmemora Camagüey su 506 aniversario y la bruma del pueblo viejo dispersa sobre calles silenciosas y tejas de barro la somnolencia de un medio día de aldea mediterránea, orgullosa de historias y leyendas, convertida en ciudad a galope de siglos. .
Como en Santa María del Puerto del Príncipe llego la imprenta en el amanecer del siglo XIX, primero debió ser la leyenda y luego la historia escrita. La de las crónicas del Lugareño en las paginas de El Fanal:, los relatos en el Aguinaldo Camagüeyano de Francisco Agüero, “El Solitario”: Sofía Estévez en prosa de nostalgias en El Cefiro y muchos mas que tal vez sin proponerlo acopiaron para hoy andares e imágenes de plazuelas, personajes y sombras en tránsito entre lo real e irreal de zaguanes, esquinas y ecos en penumbras.