Un paracaidas sobre la ciudad




En realidad la fiebre mundial de la aviación llegó a Camagüey con casi 20 años de atraso, y aunque aun faltaban otros diez para que se hiciera realidad la azaña de Barberán y Collar, lo cierto es que para aquella década aún andábamos a la zaga, a pesar de que andando el tiempo la ciudad se colocaría entre las primeras del país en la técnica aeronática.
 
De todas formas en esos años se sucedieron dos hitos, la llegada en 1922 de la Empresa Hispano Cubana de Aviación, para inaugurar un campo de aterrizaje en el reparto La Vigía, cerca del Hotel Camagüey, edificio hoy ocupado por el Museo Provincial Ignacio Agramonter, y el arribo a finales de enero de 1928 de una compañía norteamericana dedicada a ofrecer espetáculos aéreos.

Los acróbatas instalaron su pista al sur de la ciudad, en una zona conocida entonces como la sabana de Los Marañones, que es donde hoy se levanta el Hospital Provincial Pediátrico Eduardo Agramonte Piña y parte del reparto Torre Blanca, junto al camino a Santa Cruz del Sur. Como en su campaña de propaganda los aviones se dedicaron durante dos días a atronar el aire mañana y tarde sobrevolando a baja altura los techos de las viviendas, las autoriodades se vieron precisadas a intervenir en el asunto, limitando los vuelos sobre la población.

Recuerdos y personajes de la ciudad


Numerosas sombras acompañan las historia lugareñas del Camagüey. Muchas desdibujan tristes figuras que dejaron huellas y memorias en las calles y zaguanes. Anécdotas y recuerdos en alguna esquina que tal vez alguna crónica recogió. De pocas se conoce sus nombres o desde dónde llegaron y a dónde fueron. Qué esperanzas tuvieron o cómo vivieron.
El primero en los recuerdos del viejo Puerto del Príncipe es El rey de los matojos, negro viejo de blanca barba patriarcal, solemne y altivo. Siempre vestido de casaca llevando un libro en una mano y un bastón en la otra. Solitario recorría silencioso nuestras más antiguas calles sin saber nadie de donde llegaba o a dónde iba. Llegadas las fiestas del San Juan era el obligado acompañante de la reina de la plazoleta de Triana a la que por muchos años acompaño sin que nadie le cuestionara ese privilegio dado no se sabe por quién o cuándo.
La señora Cleofás hay era otra cosa, Dura anciana que tenia una escuela de instrucción primaria en el callejón del Príncipe, actual Goyo Benítez, y que según ella misma decía, “enseñaba a la camagaüeyana” . No se recuerda muchacho díscolo o rebelde que no temblara de miedo cuando se le amenazaba, sino corregía su conducta, con enviarlo a la escuela de la señora Cleofás, donde los coscorrones y la varilla andaban a la orden del día.