En la linea del ferrocarril y la calle
República había en alto, sobre pilotes, una caseta de madera
pintada de verde y blanco. Esa era el feudo del guardabarreras,
persona encargada, mediante una gran palanca, bajar o subir aquella
barda al paso de los trenes para proteger a viandantes y vehículos
al cruce de las lineas.
Aquel fue por años el señorío de Manuel
Rodríguez Buenaventura, mi abuelo, mambí y mutilado por un
accidente ferroviario que le cerceno una pierna. Por su largo y buen
servicio en la Empresa perteneció a la Legión de Honor, distinción
que otorgaban a los trabajadores del sector, como fueron las Columnas
de Plata y Botón de Oro, de allí que en muchas oportunidades subí
a aquel palomar para ver pasar trenes y, bajo su dirección, accionar
la barrera, secreto que el se llevo a la tumba y hemos guardado los
dos hasta ahora.