En la linea del ferrocarril y la calle
República había en alto, sobre pilotes, una caseta de madera
pintada de verde y blanco. Esa era el feudo del guardabarreras,
persona encargada, mediante una gran palanca, bajar o subir aquella
barda al paso de los trenes para proteger a viandantes y vehículos
al cruce de las lineas.
Aquel fue por años el señorío de Manuel
Rodríguez Buenaventura, mi abuelo, mambí y mutilado por un
accidente ferroviario que le cerceno una pierna. Por su largo y buen
servicio en la Empresa perteneció a la Legión de Honor, distinción
que otorgaban a los trabajadores del sector, como fueron las Columnas
de Plata y Botón de Oro, de allí que en muchas oportunidades subí
a aquel palomar para ver pasar trenes y, bajo su dirección, accionar
la barrera, secreto que el se llevo a la tumba y hemos guardado los
dos hasta ahora.
En realidad nunca ese oficio me toco la
fibra, aunque muchos de mis ascendientes formaron parte de la nómina
ferrocarrilera en sus papeles de retranqueros, maquinistas y
conductores. Mis experiencias se quedaron solo como guarda agujas en
la calle República.
En el Camagüey de mi época la barriada de
La Vigía estaba poblada por trabajadores de ese sector y no era
extraño que tradición y plantillas pasaran de padre a hijos ganando
en identidad y respeto por una de las mas influyentes actividades
económicas lugareñas, como lo fue la empresa eléctrica o los
telefónicos. De hecho los empresarios de esas compañías preferían
para sus puestos de labor, a hijos o descendientes de sus
trabajadores.
Con independencia de la estación
ferroviaria y el Hotel Camagüey, devenido luego en el Museo
Provincial Ignacio Agramonte, los ferrocarriles tuvieron un terreno
en la calle Rotario y Miguel Benavides, donde por años radico una
vieja caseta donde de común se reunían jóvenes del barrio y
empleados ferroviarios para practicar béisbol y atletismo. Al lugar
dieron el pomposo nombre de Club Deportivo Atlético Ferroviario.
Esto debió comenzar para los inicios de la década de 1924 que es
cuando se consolida el monopolio norteamericano de de los
Ferrocarriles Consolidados de Cuba.
Según documentos, es a partir de la década
de 1930 cuando los miembros del club, con la ayuda de la propia
empresa, deciden dar un impulso al espacio facilitado siempre en
préstamo a la firma nada menos que de M. Horatio Rubens. Presidente
de la empresa en nuestro país, cooperando también en el empeño el
Dr. Pedro García Agrenot, alcalde municipal.
Según el diseño del arquitecto, y también
ingeniero Roberto Agüero, este edificio tendría aires de bungaló,
que es un estilo de casa, generalmente de un solo piso y con galería
o porche en la parte frontal, construcción que es aun muy popular en
áreas rurales de América del Norte y América Central.
Al cabo el club fue de una sola planta, de
madera sobre pilotes, también de madera con tejas francesas a cuatro
aguas en el salón principal y dos en el resto, así como piso de
tabloncillo machimbrado, corredores exteriores con barandas y
escalones de acceso. En las áreas del entorno se hicieron campo de
tenis, béisbol y pista de carreras.
Mas tarde, para 1945, el alcalde municipal
Francisco Arredondo Morando, autorizo obras de ampliación en el
Ferroviario, convertido ya en una populosa instalación deportiva
donde podían asociarse todo el que lo deseara, sin importar color de
piel o credo, tema no muy común en sociedades que presumían de
algún vuelo. También el club abrió un balneario en la laya de
Tarafa, en Nuevitas.
La hermosa instalación pervivió por mucho
tiempo, desfilando por ella los mejores artistas y agrupaciones
musicales del país. Tal vez por el andar esta arista “bailable”
el Ferro comenzó a dar de lado a la practica deportiva que hicieron
posible su existencia. Luego de 1959 la Empresa Ferroviaria dejo de
dar atención a la instalación, pasándola al Sindicato de
Transporte como Circulo Social. Luego a la Empresa Municipal de
Gastronomía, que es cuando se instala piscina, restaurante y termos
para cervezas. Para el 1977 fue totalmente remozada, obras visitadas
por el Comandante Juan Almeida durante los festejos del 26 de julio
en Camagüey. Pero el abandono no perdona. La explotación y el
tiempo hicieron el resto. Un día medio que se derrumbo el edificio y
otra parte fue saqueado.
De todas forma,quedan fotos, planos y
memorias del Club Atlético Ferroviario, que junto a otras
instalaciones similares en la ciudad vivieron una pagina de
nostalgias no olvidadas pero si borradas por indiferencia e
ignorancia..
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