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Tranvias en Camaüey



 Camagüey.- “Chu-chuá, pasa el tren, por el terraplén”, dice la canción infantil; sin embargo, los camagüeyanos tuvieron sus Pu-Pú para recorrer las calles de la ciudad allá por la primera mitad del siglo XX, y no precisamente de tamaños tan grandes.
La llegada a Cuba de los tranvías se remonta a 1901, adquiridos en Estados Unidos, justo cuando se afianzaba la intervención norteamericana. A Puerto Principe llegaron siete años mas tasrde, el 1ro. de abril, como propiedad de la Compañía Eléctrica de Camagüey.
 
Desde las cuatro de la madrugada y hasta las doce de la noche se les veía salir una y otra vez desde la Planta Eléctrica, situada en la antigua calle Estrada Palma, hoy Ignacio Agramonte, entre Lanceros y Palma, y hacia dos destinos fundamentales.
Una de las rutas era la del tranvía Bembeta-Garrido. Luego de su partida, este tomaba Estrada Palma hasta la Plaza de las Mercedes (Plaza de los Trabajadores) para ir en busca de Padre Valencia, vía que seguía hasta Bembeta, donde giraba a la izquierda hasta la intersección con San Clemente.
 Aquí ponía fin a su recorrido de ida, porque el vehículo, haciendo un movimiento en reversa, tras el conductor efectuar el necesario cambio de agujas, se colocaba en posición de reincorporarse con el frente en sentido opuesto y así iniciar el viaje de regreso sobre los únicos carriles que había en esa calle.
Al llegar a Horca el motorista detenía el tranvía, ya que una señal lumínica operada desde la Plaza de las Mercedes le indicaba que otro venía a su encuentro. Así, el proveniente de Planta Eléctrica se hacía con el derecho de vía.
Reiniciada la marcha, el vehículo dejaba aviso a otro que pudiera moverse en viaje de ida para que desistiera de entrar a la Plaza de las Mercedes, hasta tanto no hubiera enfilado hacia Cisneros, calle que seguía hasta la Plazuela del Puente, donde haciendo un giro de casi 180 grados a la izquierda, se internaba en Independencia y subía hasta la Plazuela de Paula (Plaza de Maceo), tomaba esta calle y llegaba a la Plaza de la Soledad (Plaza de El Gallo).

En este punto, el motorista, mediante comprobación visual, se cercioraba de que la vía no estuviera ocupada para tomar Estrada Palma en sentido contrario y, tras dejar y montar pasajeros en el costado del Cine Avellaneda, efectuaba el cambio de agujas que le daba acceso a la calle del mismo nombre, para más adelante girar a la derecha en San Esteban y seguir hasta la Avenida Camagüey.
Allí el tranvía se internaba en el reparto Garrido y seguía hasta los Talleres Ferroviarios. Desde este lugar retornaba, en otro enrevesado recorrido, hasta la Planta Eléctrica, donde tenían lugar los trámites de cuantificación de la recaudación, limpieza, mantenimiento y espera de nueva salida.
El otro Pu-Pú, el de la ruta Libertad-Mártires, recorría también Estrada Palma y Cisneros hasta la Plazuela del Puente donde maniobraba con el cambio de agujas para dirigirse al puente de La Caridad; dominaba toda la Avenida de La Libertad hasta Domingo Puente, aquí doblaba a la derecha para dirigirse rumbo a calle Cuba y alcanzar luego Sociedad Patriótica y retomar nuevamente la Avenida de la Libertad en viaje de regreso.
 De nuevo en Plazuela del Puente subía por Independencia, tomaba Maceo y después Avellaneda hasta Van Horne, calle que permitía el acceso a República y posteriormente a la Avenida de los Mártires rumbo a la Plaza de Méndez (Plaza Joaquín de Agüero), no sin antes tomar parte en una maniobra de enchuche y sesión de vía frente a la Iglesia de San José.
Un giro de 180 grados por detrás del obelisco que rinde homenaje a los cuatro mártires fusilados en ese sitio marcaba el inicio del viaje de Plaza de Méndez a Plaza de la Caridad (hoy de la Libertad), recorriendo la misma avenida en sentido inverso, República hasta la Plaza de El Gallo y de allí las peripecias ya descritas.

Aunque los tranvías podían alcanzar los 40 km/h, el recorrido era lento por las frecuentes paradas, y los cruces en los ramales; pero los veinte tranvías de Camagüey transportaban un gran número de personas en el centro de la ciudad.
Muchos expresan su pesar por la desaparición de estos transporte citadinos, ocurrida a inicios de la década del cincuenta, y añoran la campana que el motorista hacía tañer mediante repetidos pisotones a un pedal que activaba un mecanismo encargado de provocar un movimiento oscilatorio a un badajo que golpeaba la misma en su exterior.
Del centenar de trabajadores de tranvías, la mayoría motoristas y conductores, aún vive algunos para contar estas historias, esos que a diario vestían pantalón y chaqueta de dril, camisa blanca y de mangas largas, corbata negra y gorra de plato.
Cincuenta años después, los tranvías camagüeyanos quedan en el recuerdo de aquellos que corrieron con la suerte de los años. A nosotros, los no tan “suertudos” de estos tiempos, nos queda el consuelo de ver, en algunas de las calles todavía adoquinadas, los raíles que una vez hicieron chirriar sus ruedas.
 González Méndez y Felipe Gregorí Gil /Colaborador de Adelante

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