Cuando
a la voz de !A la playa!, mi familia anunciaba que nos íbamos de
vacaciones, lo primero que hacíamos los muchachos era correr a la
casa de Manolo, el chofer del barrio, para que nos prestara una
recámara de las ruedas de su camión y llenarla allí mismo de aire,
cosa que siempre nos trajo dificultades por el espacio que nos
restaba en el carro que nos conduciría.
Navegar
a lo Titanic sobre una recámara de camión durante la infancia ha de
crear algunos traumas. Yo en particular recuerdo que aquella goma
inflada se viraba con frecuencia y yo casi siempre estaba en el fondo
tragando agua y arañando arena. Desde entonces las vacaciones
playeras no están entre mis primeros gustos.