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…Un discurso de historia


José Bonifacio Flores, presidente la sociedad Victoria y cocinero de la fonda y ferretería La Quinta Avenida, en la plazoleta de Maceo, (actual restaurante Rancho Luna) fue figura popular de las calles del Camagüey de principios del siglo XX, sin dudas así aparece en crónicas sociales de la prensa lugareña. Hombre correcto y medido, protocolar a veces y cortés como pocos.
Se las daba de orador y como era dable entonces, intervenía en cuanto acto público era invitado. Sin embargo, a pesar de sus muchas intervenciones discursivas, bastó solo una para que pasara a la posteridad porque hoy ella nos resulta una poco común pieza oratoria
Sucedió pues que en oportunidad de la inauguración de los tranvías eléctricos en la ciudad de Camagüey- El Ayuntamiento, al igual que hizo con muchos directivos de instituciones sociales, le invitó a la ceremonia de bienvenida, programa a realizar en la noche del 8 agosto de 1907 en el roff garden del Hotel Camagüey.
Luego de los primero torneos oratorios le toco el turno a José Bonifacio. Narran que fue tan enrevesada su intervención que un chusco cortó momentáneamente la electricidad para interrumpir el discurso y dejar a oscura al orador. Con posterioridad las palabras del presidente de la sociedad Victoria fueron copiadas, impresas y distribuidas. Hoy es un documento insólito y divertido por su grandilocuencia. Una copia de aquel impreso llego a mis manos, pero la hoja de papel paso a otras manos en calidad de préstamo hasta que finalmente, como sucede en estos casos, la di por perdida.
He aquí el discurso de José Bonifacio Flores
 
Señoras y señores, aunque soy el menos audaz de los que me han precedido en el uso del habla castellana, un deber plenipotenciario, consular y diríase que hasta religioso, me indispone en vuestra venerable presencia en esta reunión de intimo compacto, para hablaros de la inauguración de los tranvías camagüeyanos. ¡Ha, señores!, Nada mas hermoso que el pétalo de los florecientes carros, en ellos, nuestras blancas, que son lindas azucenas y nuestras negritas, flores etiópicas, se adormecerán al dulce y melancólico arrullo de los cables y de los troles.
Que incubación más preciosa que la electricidad con el motorista. La imaginación tropical se confunde al ver los plateados carriles que cual exóticas plantas brotan del medio de nuestras calles como las vasijas alimenticias adornadas con su fragancia de civilización y de progreso, con guirnaldas de butifarras y longanizas, que esmaltan nuestros campos Elíceos, son argumentos de fuerza para convencer al más incrédulo de lo que significa el tranvía para garantizar el progreso. 
 Se me objetará que el progreso va dejando rastros de sangre, y es cierto, pero es que los perritos, alias saticos, en su afán de perpetuar la raza, se arreciman ante el progreso arrollador. Nuestros tranvías que cual cangrejos amarillentos ruedan desde la plaza de La Caridad al paradero, llevan a nuestras hermosas damas con sus cantinas alimenticias que distribuyen en nuestras calles conduciendo panetelas, dulce de leche, de ajonjolí y mathambre”.
(Le cortan la electricidad y se queda a oscuras)
La luz se hace mutis y se apaga”.
(Un segundo después vuelven a conectar la electricidad).
La luz se enciende. Réstame pues, daros las más henchidas gracias a los anfitriones de este suculento banquete que ha orientado mi atribulado espíritu, y por sus patrocinadores e sentido abrirse un pentagrama en la región mas estrecha de mi cúpula craneana donde mis calcinantes ideas, mi alma de poeta se han refrescado con la lava ardiente de los volcanes al bañarse en el sentimiento patriótico que en estos momentos me embaraza.
He dicho.”

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