Con
un silbato al cuello y una media lanza en ristre, de la cual colgaba
un farol, los serenos de la ciudad se dedicaban cada noche no solo a
encender y apagar faroles, sino también a anunciar las horas y el
estado del tiempo.
Esta
corporación organizada por el Ayuntamiento al menos desde l el siglo
XVIII, y a la cual pertenecían solo vecinos de la villa de extrema
confianza, comenzaron a adquirir mayor connotación con la llegada de
las fiestas del San Juan, toda vez que por feliz idea de algún
Alcalde Mayor, fueron estos faroleros, según crónicas, quienes
acompañados cada uno por un tamborilero no solo daban la hora y el
estado del tiempo, sino que se encargaban de leer en determinadas
esquinas, a tambor batiente, y con bastante escándalo, supongo, el
Edicto del San Juan donde se prescribían las ordenanzas que
regulaban el comportamiento ciudadano en las calles y las fiestas en
las viviendas.