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Siempre
viejas postales descoloridas por el tiempo y la distancia nos traen
en zaguanes el hálito de la ciudad soñada; el Camagüey detenido a
la sombra de los siglos bordando callejones sombreados y tañer de
campanas.
Pero
el pueblo centenario no es solo adoquines y arcadas de medio punto, a
la vera y sobre estos cimientos se levanta una ciudad distinta pero
igual, contemporánea al rescoldo de un modernismo de asfalto,
edificios de cristal y entornos de este futuro que nos llegó, tal
vez, demasiado pronto para los lugareños.