Junto
a las historias cotidianas tejidas a lo largo de medio milenio en
Santa María del Puerto del Príncipe, no solo aparecen las
personalidades que marcaron épocas y cada una atemperada a su
tiempo, hubo igualmente personajes que entretejieron leyendas y
anécdotas en la población o quedaron de alguna manera fijadas en
las páginas de los periódicos y la memoria de las gentes.
De
estos últimos se podría hablar de Ginebrón, aquella tosca mujer
bebedora de trago largo que originó más de un reyerta pública con
la policía, o “El Resbaloso” aquel rescabucheador antológico
nunca identificado. Pero tuvimos en esa galerías ejemplares de la
fauna como el aura blanca, el sinsonte principeño o las guineas de
Cadiz.
En
este igual capítulo hubo ejemplares de la flora que también
hicieron historia en la centenaria población.
Para
la década del 1840 ya estaba en uso una calzada que, desde el río
Hatibonico, se dirigía por el Camino de Cuba hacia la ermita de La
Caridad. En sus inicios fue solo un camino vecinal en dirección al
Oriente del país pero la presencia de la iglesia y la construcción
de algunas villas de recreo hechas construir por los hacendados de
la comarca pronto popularizo ese espacio y el camino inicial se
convirtió, desde el río a la ermita, en una atractiva alameda.
Para
la época era Teniente gobernador de la ciudad el Coronel Carmelo
Martínez, quien enamorado de una hermosa criolla quizo embellecer el
entorno y ordenó sembrar árboles de mangos en esa vía, que desde
entonces y por mucho tiempo fue conocida con ese nombre de avenida
de Los Mangos, hoy avenida de La Libertad. Esos amores del oficial
español con la camagüeyana y esa vis tienen otras historias que
merecen ser luego contadas.
En
realidad Camaguey nada ha tenido que ver con la presencia del marabú
en tierra cubana como circulan rumores. Aquella encumbrada dama
principeña, Doña María Monserrat Canalejos, esposa de Gaspar
Betancourt Cisneros, de la casa solariega del marquesado de Santa
Lucía, lo que trajo desde Italia fueron posturas de Tanmarix
gallica,
conocida popularmente por Carolina,
planta de jardín cuyas flores semejan la cola del ave africana
conocida por Marabú y las sembró en su quinta La Bola, al sur de
la ciudad, extendiéndose rápidamente por jardines y parques al
punto que aun hoy plantas descendientes de aquella primera florecen
en las áreas del Casino Campestre.
Por
supuesto que la Tanmarix
nada tiene que ver con la Dichrostachys
nutans,
planta originaria del África del Sur conocida como Marabú y
multiplicada cuantas veces ha querido. En realidad el Marabú fue
importado por los barcos negreros procedentes con esclavos de aquel
continente que en nuestras costas, luego de cada viaje, limpiaban sus
naves y arrojaban al mar cientos de semillas de esa planta que
llegaban en las deyecciones del ganado que traían a bordo para
alimentar a la tripulación durante esos largos viajes.
A
mediados de 1853, siendo Alcalde ordinario de la ciudad de Camagüey,
Don Antonio Miranda Boza, se dispuso el embellecimiento de la Plaza
de Armas, colocándose, bancos, escalinatas de acceso, una cerca de
hierro y la siembra de varios árboles.
Aprovechando
al oportunidad el Alcalde ordenó traer desde su finca en Maraguán
cuatro palmas para sembrar una en cada esquina del parque, como
secreto homenaje a los cuatro camagüueyanos fusilados en la sabana
de Caridad de Méndez el 12 de agosto de 1851, encomendándose la
custodia de las mismas a connotados vecinos del lugar identificados
con la lucha por la independencia.
Esas
palmas fueron un secreto a voces de los revolucionarios, quienes la
cuidaron con esmero y aun hoy, a casi dos siglos, otras palmas que
relevaron a aquellas se mantienen aun en sus puestos formando parte
de una importaste página en la historia lugareña. A mediador del
siglo XX se colocaron tarjas frente a cada árbol relatando el hecho
y señalando a cual de los mártires se encuentra dedicada
El
12 de noviembre de 1946 la Cámara Municipal de Camagüey aprobó
la construcción de un obelisco en la quinta de Castellanos, lugar
donde acampara el Ejército Libertador antes de entrar a la ciudad.
Al aprobarse la propuesta, el Ayuntamiento añadió que en ese lugar
se sembraría una ceiba. Jamás se llevó a efecto la noble
iniciativa. La quinta de Castellanos se ubica en lo que hoy son los
actuales repartos Versalles y El Retiro, al este de la ciudad. Por
años la prensa se estuvo refiriendo a la ceiba tomándola como
símbolo de las ilusiones perdidas.
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