Numerosas sombras acompañan las
historia lugareñas del Camagüey. Muchas desdibujan tristes figuras
que dejaron huellas y memorias en las calles y zaguanes. Anécdotas y
recuerdos en alguna esquina que tal vez alguna crónica recogió. De
pocas se conoce sus nombres o desde dónde llegaron y a dónde
fueron. Qué esperanzas tuvieron o cómo vivieron.
El primero en los recuerdos del viejo
Puerto del Príncipe es El rey de los matojos, negro viejo de
blanca barba patriarcal, solemne y altivo. Siempre vestido de casaca
llevando un libro en una mano y un bastón en la otra. Solitario
recorría silencioso nuestras más antiguas calles sin saber nadie de
donde llegaba o a dónde iba. Llegadas las fiestas del San Juan era
el obligado acompañante de la reina de la plazoleta de Triana a la
que por muchos años acompaño sin que nadie le cuestionara ese
privilegio dado no se sabe por quién o cuándo.
La señora Cleofás hay era
otra cosa, Dura anciana que tenia una escuela de instrucción
primaria en el callejón del Príncipe, actual Goyo Benítez, y que
según ella misma decía, “enseñaba a la camagaüeyana” . No se
recuerda muchacho díscolo o rebelde que no temblara de miedo cuando
se le amenazaba, sino corregía su conducta, con enviarlo a la
escuela de la señora Cleofás, donde los coscorrones y la varilla
andaban a la orden del día.
Al que se portaba mal, una hora
arrodillado sobre un puñado de granos de maíz le era suficiente,
aunque podían existir otros castigos peores por el aquello de que
la letra con sangre entra.Por entonces esas eran las costumbres de
la enseñanza y por eso imagino que muchos respiraron aliviados
cuando la señora Cleofas un día se murió.
Más reciente nos resulta Juan
Candelario, personaje que habitaba en un rancho rodeado de
copiosa arboleda situado en el lugar que hoy ocupa la plazoleta que
forman las calles de San Ramón, Damas y Sedano. Este era un negro
viejo, de más de cien años, dicen. El bosquecillo era visitado por
numerosas aves por lo que el anciano se dedicaba a construir jaulas
con las que capturaba algunos pajaritos que eran muy solicitados
por sus colores y melodiosos trinos, El lugar se hizo muy popular
entre la muchachada de la época que acudían a la plazuela a comprar
las pequeñas aves canoras.
Juan Catalán vendía libros y
almanaques en un constante deambular por nuestras calles. Este era un
negro enfundado siempre en una pulcra levita tocado con un bombín,
utilizando para sus ventas con un pregón muy peculiar. “!Cuba
e de África, España e de África, Cataluña e de África. El mulato no
tiene tierra y el negro no tiene ná! ...!Almanaque, almanaquito y
libro por die kilo!”.
Un imponente pordiosero fue
Talabera,enajenado y obcecado en la rectitud del comportamiento
y el habla de las personas en la calle, de allí que llamaba la
atención y reprendía a todo aquel que encontraba a su paso por la
calle y le escuchara una palabra mal dicha o una falta de cortesía.
(Caramba, cuántos Talaberas nos hacen falta hoy en día)
José Antonio Llovizna y Rana
Blanca dos borrachos empedernidos, pero buenos ayudantes de
albañilería presente en difíciles obras levantadas en la ciudad
cuyos ladrillos regaron con alcohol mas de una vez.
Un tipo parrandero, mujeriego,
trovador, amigo de la jarana, jugador y protagonista de las más
sonadas tánganas tumultuaria allá por los inicios del 1900 fue
Fernando Tellez, y todo eso a pesar de ser un individuo con
una pata de palo (perdió una pierna durante la Guerra de
Independencia) y tener necesidad de utilizar dos muletas para poder
ca minar.
Dedicado a la limpieza de tejados fue
José María, quien casi siempre estaba en camino sobre los
techos de la ciudad con una escalera y una larga vara al hombro. Se
le recuerda como un a persona correcta, educada y con numerosos
amigos.
Por borracho y pendenciero José
Chiquito era todo lo contrario de José María, vecino del
mangal que a principios del 1900 existía en el espacio que hoy ocupa
el parque Fínlay, frente al Hogar de Ancianos, como si aun se
mantuviera en campaña rondaba los alrededores enredado en
escandaqlos por los que en muchas ocasiones fue llevado a los
tribunales. Decía que su único consuelo era que a su muerte le
debían rendir honores militares, en realidad así fue pues fue
sargento de caballería del Ejército Libertador.
Mariano de Las Corcovadas fue
un infeliz loco que con viejos papeles bajo el brazo se pasaba todo
el dia correteando por la ciudad pidiendo aquí y allá que le
devolvieran su finca Las Corcovadas, lugar que nadie sabia donde
estaba. Tampoco nadie se ocupó nunca de comprobar qué de cierto
tenia aquel infeliz.
Al final de la calle San Rafael vivía
este personaje cuyo nombre como muchos, nadie recuerda.Se dedicaba a
recoger los desperdicio del matadero aledaño para con ellos
confeccionar un caldo que embotellado vendía por las calle como
tonificante para la salud. El Mondonguero, como se le conocía
tuvo una amplia clientela.
“!Velas
de cebo, que duran bastante!....“Velas de cebo en varillas!” era
el pregón de Comecebo, un
pobre vendedor de velas que con un gran tablero en la cabeza donde
transportaba su mercancía recorría las zonas más pobres de la
población. En esa época, las velas de cebo, por su mala calidad y
poca iluminación eran muy baratas, por lo que solo las utilizaban
las familias con menos recursos.
Tal vez el más recordado y popular
de todos estos personajes de los albores del siglo XX fue Bayoyo,
un negro decidor de poesías, cantador. Improvisador y hasta
político al que muchos seguían para escuchar sus discursos, algunos
de los cuales merecen aparecer en alguna antología criolla. En una
sociedad de clases Bayoyo se daba el lujo de no respetar ninguna.
Trabajo como cocinero por muchos años con las mas aristocráticas
familias de la ciudad y su presencia era demandada en las grandes
fiestas. Entraba a todas las mansiones y se iba derecho a la cocina
a revisar lo que se hacia y recomendar magníficos guisos. Un día,
sentado en las escalinatas de la iglesia de la Soledad, Bayoyo
se murió. A su excequias asistieron numerosas personas y
personalidades, incluyendo del Ayuntamiento de la ciudad que corrió
con los gastosa del entierro.
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