Desde
sus orígenes, desde las ollas de fabadas y bacalao vizcaino al
coingri y tasajo con boniatos, Camagüey tuvo fama de su buena
gastronomía, Emblemáticos fueron en su tiempo los restaurantes del
Gran
Hotel y
el Hotel
Colón,
El
Copacabana, Ríos Bolos Club, El Pollito
y El
Aeroclub,
para solo mencionar unos pocos espacios que signaron la
época republicana con marcada incidencia hacia la década del 1950.
Por
entonces la generalidad de los hoteles de todas las categorias tenían
su comedor y muchos de ellos ofertaban el servicio a las
habitaciones. También había barras con banquetas para comidas
ligeras con refrescos y heladose. Una de las mejores canchas fue la
del Ten
Cet, en
la calle Maceo y otra de igual categoria estuvo en El
Capitolio,
allí en la esquina de República y Van Horne y que aun hoy nadie
sabe porqué fue demolido para hacer un parque.
Entonces
muy pocos o ningún negro era admitido como trabajador gastronómico
en los salones y cuando finalmente uno fue recibido, nada menos que
en el exclusivo Gran Hotel, se debió a un conato de huelga general
que plantearon los trabajadores del sector a la dirección hotelera
si no aceptaba al negro Simón. Andando el tiempo este trabajador llegó a ser
capitán por muchos años de la Pizeria El Gallo.
Sin
embargo hoy me gustaría recordar otra gastronomía, la más humilde
de aquel período social. A aquellos pequeños o medianos chinchales
de 24 horas donde se lidiaba con el hambre por una peseta y a donde
recalaban casi siempre náufragos del mundo en un tiempo que iba y
venia siempre igual.
A
las fondas, que por lo general eran humildes comercios , pequeños
puestos con un mostrador de madera y siete u ocho banquetas fijas,
ofertando comidas criollas a precios muy modestos, algunas de ellas
con ciertas especialidades, como salpicones de carne con papa, sopa
de perro, picadillo a la habanera, frituras de viento, patas y panza
en su salsa, lengua guisada, ubre entomatada, rabo encendido y toda
una serie de guisos y caldos cuyo gusto hoy harían palidecer de
envidia a nuestros mejores restaurantes.
La
mayorias de esas fonda se concentraban en el entorno de nuestros dos
grandes mercados de abastos, el de Santa Rosa, situado en la esquina
de Santa Rosa e Ignacio Sánchez y el de La Caridad, en la Carretera
Central y calle Cuba. por lo que no era raro hallar parroquianos,
bien entrada la madrugada, con una plato de potaje de frijoles
colorados y un pedazo de pan a las tres de la mañana. Eso, sin
mencionar las completas,
plato rebozado y mezclado con todo tipo de comidas, que por cinco
centavos se servia a la órden. El
globo
ya era otra cosa, pués fue en verdad lo que aplacó el hambre de los
más desposeídos, familias enteras del inframundo urbano, limosneros
y aguardentosos trasnochadores, todos los cuales por dos o tres
centavos adquirian un cartucho con la sobra de otras comidas del
día.
Fuera
de las plazas de abasto también hubo fondas famosas por su cercanía
a la estación del ferrocarril, aunque estas eran de mayor nivel,
como Quisisana
en
la calle Avellaneda, y El
Gallito,
en Santa Rosa, cerca del Mercado; La
Jardinera
en la Plazas de San José; Rancho
Grande,
frente a la estación del ferrocarril y Rancho
Chico,
allí en República y Martí, que también comenzó como fonda.
Frente al Hospital Civil, edificio que hoy ocupa el Hogar de
Ancianos José Ramón Silva, se agrupaban decenas de timbiriches de
mala muerte, abordados por pacientes y visitantes de esa instalación
médica. Ese conjunto de modestos comercios desapareció de la noche
a la mañana cuando, luego del triunfo de la Revolución, se
construyó en el área la estación de Ferrómnibus de Camagüey.
Por
el Hospital de la Colonia Española, hoy Hospital Pediátrico
Eduardo Agramonte Piña, radicó la fonda La
Esperanza,
que aun hace su papel de cafetería. Por el entorno de la cárcel de
la ciudad, área que reunía los almacenes del expreso del
ferrocarril y de víveres y la más gustada, extensa e importante
zona de prostitución de la ciudad, se abrían por supuesto posadas,
bares y cantinas, que a la vez fungían como fondas, memorables
fueron La
Gallega, La Orensana, Casablanca y
Cielito. Frente
al teatro Apolo, en la calle República, estuvo la fonda de Los
Chinos,
y por el Parque Agramonte La
Perla.
De
todas, la peor fama por su histórica mala suerte la tuvo La
Unión,
situada en una de las esquinas de General Gómez y Bembeta. Como el
lugar tenía algunos discretos reservados, sucedieron allí
memorables dramas pasionales e incluso, durante una larga temporada y
sin que nadie sepa aun el motivo de la selección, se sucedieron allí
no pocos pactos suicidas.
Sin
embargo, una fonda con otra historia fue la situada frente a la
Clínica Agramonte, hoy Hospital Militar, en el reparto Garrido. En
ese sitio, conocida como el Bar
de Manolo,
se reunieron para almorzar en la mañana del 25 de julio de 1953, los
asaltantes del Moncada que viajaban hacia Santiago de Cuba. Hoy ocupa
su lugar la pizzería Los
Venaditos.
No
quiero dejar de mencionar, por supuesto a La
Siemprevivas fonda
de 24 horas abierta en Hermanos Agüero y Príncipe, y que por años
fue alegre tertulia de los trabajadores del periodico Adelante en
aquellos años en que el rotativo estuvo enclavado en la calle
Principe a pocos metros del pequeño restaurante
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