Cuando se habla de identidad y nobleza lugareña, los cameagüeyanos reconocemos que Santa María del Puerto del Príncipe es una de las ciudades, tal vez despues de La Habana, con mayor cantidad de títulos nobiliarios de condes y marqueses otorgados por las cortes de España durante la etapa de la colonia.
También abundó otro titulo, que sin ser necesariamente de "sangre azul", recibía un tratamiento diferenciado en la sociedad signando su alcurnia, se trata del titulo de Don.
Hoy es bastante común hallar que el título de Don entre nosotros se le considere una especie de un mote de confianza o de respeto, según el caso. Aunque en casi siempre suele calificar estimación o rango para bien o para mal de la persona.
Así, cuando de cierto individuo decimos que “es Don Fulano”, ya se sabe que la persona es de noble valía y carácter, pero si por el contrario se trata de que “es un Don Nadie”, ya imaginamos que tiene menos bolsillos que un chaleco, también cuando se habla de que “la Doña se las trae”, es porque se trata de una dama de armas a tomar.
Pero antes no era así porque en un principio el renombre de Don solo podía ser empleado por la nobleza, esto es, caballeros, marqueses, condes y duques, pues resultaba delito y estaban sujetos a la Ley quienes se apropiaran de ese titulo nobiliario.
El caso es que en Santa María del Puerto del Príncipe algunos criollos que comenzaban a hacer fortuna o a mezclarse con malparados nobles españoles que en carrera militar o civil habían llegado a nuestras playas, precisaban de ese titulo para poder estar de igual a igual o, por lo menos, ser consideradas personas de rango y abolengo con todas las de la Ley.
Fue por esa la razón que a mediados del siglo XVII el Real Ayuntamiento de la villa elevó una súplica a la Corona para que se les permitiera a algunos lugareños, por lo menos en una única ocasión, obtener el anhelado título de Don, ya que como hasta entonces no había ninguno, decían, ello restaba brillo y prestigio a la población.
Finalmente el 3 de julio de 1664, a tambor batiente y por todas las esquinas, se anunció que el Decreto Real había llegado, especificándose que solo los blancos podían aspirar al certificado y otra cosa, aquel favor había que pagarlo en monedas constantes y sonantes.
En resumen, para obtener el título de Don, los interesados debían de entregar en el Ayuntamiento un certificado de “Limpieza de sangre”, y pagar 200 pesos para que en vida le llamaran Don o Doña, según el caso, con derecho a que se antepusiera el título en cualquier documento donde apareciera en nombre de la persona. Pero si el individuo deseaba el titulo por dos vidas, o sea, la del interesado y a su muerte para uno de sus hijos designado, pagaría 400 pesos. Más si pretendía que el calificativo de Don o Doña tuviera carácter perpetuo, entonces el precio era de 800 pesos, garantizando además que sus descendientes nunca jamás se juntarían con ninguna negrita o negrito y echara a perder la raza.
De lo que se infiere la cantidad de gatos por liebre que tal vez fueron pasados porque ya aquí, y desde hace mucho, al decir de nuestro Poeta Nacional, el que no tiene de congo tiene de carabalí.
Interesante historia.Es bueno dar a conocer estos detalles que enriquecen la Historia.
ResponderEliminarLo curioso es que aquí en República Dominicana es normal llamar Don y Doña a las personas dependiendo de la situación: cuando se refiere a personas mayores, desconocidos a los cuales se le quiere dar un trato educado, a su padre o madre o familiar cuando quiere tratarlo con respeto, cuando se dirige a cualquier desconocido sin saber su nombre;no hay que ser una persona de clase social superior para ser llamado así. De hecho aquí en Quisqueya se usa mas el Don o Doña que el Señor o Señora.