Cuando
la extrema vanguardia comenzó a trepar por el tortuoso trillo hacia
el desfiladero, eran las once de la mañana del lunes 23 de febrero
de 1869.
Aun
hoy, 144 años después, el eterno silencio que antecede a las
tormentas parece envolver esa misma geografía de diente de perro y
bosques umbrosos.
Hacia
dos días que la columna española, compuesta por unos 3 500 soldados
de todas las armas comandados por el brigadier Don Juan Lesca
Fernández, marchaba con la certeza del inmediato encuentro con los
insurrectos en el difícil paisaje de la Sierra de Cubitas.
Hasta
esos instantes mucho costó a Lesca legar hasta las estribaciones
cubiteras, hostigado desde el instante de su desembarco en el puerto
de La Guanaja y hundido en las ciénagas costeras jalonando de muertos
y heridos su marcha hacia Santa María del Puerto del Príncipe, con
la encomienda de romper el cerco que atenazaba la ciudad de
bloqueada por las fuerzas cubanas casi desde los inicios de la
guerra.
Como
para aquellos momentos a la columna española le era imposible
retroceder y el forzado paso a través de Cubitas era un seguro y
desventajoso encuentro con el enemigo, el Brigadier seguramente
estimó costear la sierra para ir a salir al estremo oeste y retomar
la marcha por el Camino Real de Cuba para llegar a Puerto Príncipe
por aquella ruta, libre de toda amenaza
No
se equivocaba Lesca y su Estado Mayor al suponer el combate en
Cubitas.
Alli se había emboscado la fuerza camagüeyana bloqueando
los principales desfiladeros por donde a Lesca le era forzado cruzar.
Sin embargo faltos de experiencia militar, aquellos 500 insurrectos
convencidos de la inexpugnabilidad de la montaña, suponiendo una
fácil victoria sobre una columna que ya venia maltrecha y
fortalecidos con la llegada de hombres y armas en la expedición del
Galvanioc, apenas si prestaron atención a las ordenes de su jefe, el
General Manuel de Quesada, quien con la experiencia de los grados
ganados en la revolución mexicana, señaló bloquear absolutamente
todos los caminos, abrir trincheras en diferentes escalones y
parapetarse en el desfiladero para cerrar la trampa mortal sobre la
columna.
Al
anochecer del 22 de febrero, horas antes de reiniciar la marcha de
flanqueo, supo Lesca por boca del hacendado dominicano Manuel
Hinojosa, propietario de la finca Sanjoniche donde la tropa había
acampado a su llegada a las inmediaciones de Cubitas, la existencia
de una serventía abierta por los trabajadores de la hacienda para
cruzar esas elevaciones y salir a las sabanas del sur sin necesidad
de cruzar los peligrosos desfiladeros. Con
firmeza Lesca introdujo repentino cambio en la situación al avanzar
por aquella nueva senda y desconcertar a los camagüeyanos, quienes a
toda prisa corrieron a cerrarle el paso casi en el momento justo
en que los españoles llegaban al lugar.
Finalmente,
y ya sobre el firme de la cuesta, la vanguardia de la columna
española fue sorprendida por una descarga que practicamente le
fusiló así como a parte de la primera compañía de cazadores, la
artillería y el extremo de la ingeniería.
A
partir de ese momento se inició la primera batalla librada en Cuba
por su independencia, la que se extendió por más de seis horas sin
que ninguno de los dos bandos cejara en sus empeños con
incuestionable valor por ambas partes.
Solo
gracias a la enérgica acción del segundo escalón de combate de los
españoles, constituido por el batallón del Rey, que al iniciarse
la lucha había quedado a retaguardia fuera del desfiladero y a la
poca destreza de la tropa cubana al no aprovechar las ventajas de la
sorpresa, salvó a la columna de Lesca de quedar sepultada en aquel
desfiladero donde dejó alrededor de la tercera parte de todas sus
fuerzas.
Desde
el punto de vista estratégico no puede abrogarse la victoria a
ninguno de los contendientes, Lesca abandonó el campo de batalla
una vez que encontró una brecha por la que logró escapar y los
cubanos, escasos desde un inicio de preparación militar, dejaron el
escenario de combate cuando apenas quedaba algo que hacer.
Los
partes militares no coinciden al relacionar las bajas, pero se estima
que los españoles tuvieron alrededor de 150 entre muertos y heridos
y los cubanos unos 30.
Héroes
de aquella batalla fueron por la parte insurrecta Manuel Boza, jefe
de la tropa en acción, así como Chicho Valdés, que comandaba a los
insurrectos que iniciaron el ataque y por la columna española la
va.entía del General Lesca y la presencia del Coronel Eusebio
Pueyo, jefe de la caballería, quién logró cruzar al otro lado del
desfiladero y apoyar desde allí el paso de la columna.
Posteriormente Pueyo fue designado Teniente Gobernador de Puerto
Príncipe
A
partir de esos instante y luego de alcanzar las sabanas del sur, la
fuerza española prosiguió hacia la ciudad siendo objeto de ataques
de la caballería camagüeyana, que desplegada sobre la sabana
amenazó con cargar por los flancos, sin que en una sola oportunidad
la tropa española aceptara el reto.
Lesca
pudo finalmente entrar a la ciudad dos días después a pesar de que
la distancia entre Puerto Príncipe y la Sierra de Cubitas, es de
apenas ocho leguas, facilmente transitable en apenas seis horas, pero
ahora arrastrando una larga caravana de heridos tras haber
abandonado carretas de pertrechos sobre la ruta que desde entonces
fue uno de los más sangrientos escenarios de la Guerra de los Diez
Años..
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