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Los 101 años del reloj del Obispo


Fotos: Otilio Rivero Delgado

Sin dudas que quien del tiempo se olvida, sin tiempo se queda. No lo decimos nosotros, sino que poetas y relojeros lo repiten hasta el cansancio, el primero para parecer originales y el segundo para asegurarse clientes. Ser originales es decir lo mismo que otros han dicho. Pero de forma que parezca diferente. A eso se le llama ingenio y no plagio.

Cultura y desarrollo.

El entorno de la iglesia de La Merced, es un buen sitio para conocer la hora. Ahora donde el que siempre ha estado en esa torre, aunque no siempre el mismo reloj, nos da puntualmente no solo las horas, además los cuartos, (es el único de la ciudad que anuncia espacio de tiempo) las media hora y los tres cuarto, seis campanas, algunas de las cuales ya se en la torre desde la construcción del templo en el XVIII.

El antecedente más remoto de nuestro reloj público tuvo inicio a principios del siglo XX con Don Salvador de Muro y Salazar, segundo marques de Someruelos, instalado en la capitanía de la isla de Cuba. Gobernante progresista para la época defendió los intereses cubanos en el asunto del libre comercio y abogó por dar un trato más humano a los esclavos. O sea hizo del contrabando una feria y limitó el número de azotes que se le daban a los esclavos, cosa perfectamente razonable, porque no es lo mismo 50 latigazos que 48. (Póngase en el lugar de los esclavos para que vea).  Someruelos fue continuador de la obra de vasco Don Luis de las Casas Arragorri, de quien se dice fue ilustrado porque introdujo en Cuba la imprenta, la lista de la lotería  y la sacarocracia. Razón por lo que la burguesía española y criolla comenzó a disfrutar de cierto auge económico y las crónicas sociales.

Llega el primer reloj.

En Camagüey algunos influyentes lugareños solicitaron a Someruelos el envío de un reloj público, por lo que este, como ejemplo de sus muchas iniciativas, hizo que el Obispo de la Isla de Cuba, Juan José Díaz de Espada, Fernández y Landa, comprara de su bolsillo un reloj de campanario y lo mandara a nuestra ciudad, ordenando se colocara en la torre de la iglesia Mayor.

Ese reloj llegó el 27 de mayo de 1827 y aunque fue recibido con gran pompa y circunstancia no se decidió su colocación sino hasta 18 años más tarde debido, parece, a papeleos y enredos de oficina, instalándose como era de esperar, no donde fue destinado, sino en la torre de La Merced el domingo 20 de julio de 1843. Lo que significa que los problemas burocráticos no son tan nuevos como usted cree.

Ese reloj estuvo en esa torre hasta que, a inicios del siglo XX,  debido a los achaques de la vejez y sufrir con mayor o menor suerte los azotes del tiempo y un gran incendio, el gobierno en la provincia decidió sustituirlo en 1905 por otro de fabricación mucho más moderna.

Un reloj de marca

El nuevo reloj salió de los talleres de la fábrica norteamericana Set Tomas Clock Company y Tomas Tom Com, con fecha 12 de julio de 1901 y en lo actual es el único de su tipo en el país y uno de los pocos que de esa fecha aun funciona en el mundo.

La firma Set Tomas Clock produce relojes desde 1813 y en la actual es la más antigua de los EE.UU. A esa empresa relojera se le reconoce como una de las marcas más respetadas del mundo, incluyendo la producción de importantes relojes de torres, como el de la Gran Estación Central de New York.

En la torre de La Merced, por donde hay que subir 121 peldaños para llegar hasta la maquinaria situada en el sitio más alto de la aguja, al reloj le acompaña la campana mayor en cuyo bronce aparece impreso Portus Prince 1765 Ardena Fecit.

Esta no es, sin embargo, la más antigua, porque en el primer nivel de la torre, junto a otras tres hay otra campana de mediano porte construida en 1721, la cual expone su identidad con una leyenda grabada en su bronce que dice; Custodio Felis de la Reina de las Virgenes Oxposo Icus 1721 María ijoseph.

Nuestro cuarto de hora

Este reloj mecánico orienta el cuarto de hora con una campanada, la media hora con dos campanadas, en los tres cuartos toca tres y la hora toca cuatro campanadas. Luego del aviso de la hora, el reloj marca el número de campanadas que corresponde, por ejemplo, a las nueve, debe de tocar nueve campanadas y a las diez, diez campanadas, y así.

Eduardo Bahamonde del Risco, quien en el interior de la Casa Diosesana de La Merced, es una especie de hombre orquesta, no carece de humor cuando nos relata sus primeros enfrentamientos con la ascensión a la torre para darle cuerda al reloj cada cinco días, y sus tareas con el mantenimiento de una maquinaria que, a pesar de su edad, funciona como el primer día de vida.

Informa que en el 2003 un diestro relojero llegado desde de Santa Clara le hizo una reparación capital a la maquinaria, mejorando incluso la carátula de la esfera que en esa fecha fue desmontada.

El tiempo sobre Camagüey.

Para los camagüeyanos las campanadas de nuestro principal reloj público forma parte del entorno natural de la ciudad y es elemento de identidad. Puede que no sea tan universalmente famoso como el de la torre de Londres, o como el que está en la Puerta de Sol, en  Madrid y mucho menos pretenda disputarle la antigüedad al reloj de la catedral de Barcelona montado en el 1393. Pero este es nuestro, no de allá, sino de acá. De adentro, que es donde las cosas se llevan mejor. Como el corazón. Sobre la ciudad el reloj de La Merced nos ha marcado la ciudadanía todo el tiempo de un siglo.

La identidad con la patria chica no se mide solo con la forma en que nos erizamos cuando estamos cerca y escuchamos el himno nacional, sino en como lloramos cuando estamos lejos, que es lo que da valor a nuestra defensa de la nacionalidad.  Por eso el reloj de La Merced, con sus cien años, bien merece la memoria de todas las generaciones que alguna vez han escuchado el tañer de sus campanas y comprenden el valor del tiempo. Y aun el de los otros. Aquellos que perdiendo el tiempo apenas si llegan a comprender que se quedan sin tiempo.

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