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Entre bares y cantinas

En realidad la ciudad de Camagüey nunca se ha caracterizado por tener numerosos centros nocturnos o cabarets, aunque en los últimos años del siglo XX llegaron a existir algunos de reconocida fama como Ríos Bolos Club, situado en la avenida Finlay, junto al río Hatibonico. Más allá, el Club Caporal 14, que es en lo actual El Pollito. Frente al propio aeropuerto, estaban los más populares cabarets que tenia la ciudad; Aeroclub, Verdun y Marakas.

Centro distinguido de damas y caballeros del Camagüey Tenis Club y el Liceo, resultó El Copacabana, que entró en la historia cuando una noche del 1951 se transmitió en vivo el primer programa de la TV nacional desde la ciudad de Camagüey. Luego, de forma más reciente tuvimos El Salón Rojo, devenido hoy en un humilde centro de elaboración de empañadillas y croquetas; El fabuloso Saramaguacán, por la carretera de Santa Cruz del Sur ocupado luego por el Palacio de Pioneros y El Caribe completan este catálogo de vida nocturna.

Lo que más abundaban eran bares - cafeterías, abiertos por lo general las 24 horas y que expendían no solo bebidas, sino alguna comida ligera y donde muy bien, en alguna mesa, podíamos tirar una partida de cubilete. Casi todos estos comercios tenían en alguna parte una pequeña vidriera para la venta de billetes de la lotería, goma de mascar, caramelos, periódicos y revistas de historietas también, por supuesto, para apuntarle algún numero a la bolita.

Para mi uno de los más frecuentados fue El Imperial, situado en República y el callejón de Brígida Agüero, lugar donde ya bien entrada la madrugada coincidían periodistas y trabajadores de los talleres de los periódicos El Camagüeyano y El Noticiero, situados en las inmediaciones y cuyas diarias tertulias solo concluían cuando comenzaban a servir el desayuno de la mañana. Popular fueron también La Cebada, y El Jerezano, uno en la actual Ignacio Agramonte, frente al cine Encanto, y otro en la calle Maceo y que eran lugares preferidos por los comerciantes de esas calles.

Notorio fue Rancho Chico, allí en República y Martí, famoso en todo el país por sus especialidades de congrí y arroz con pollo, mientras que La Cazuela estaba en los bajos del actual hotel Puerto Príncipe.

Por otro lado El Centro Alemán, en la Plazoleta de Maceo, era el distinguido de los ganaderos y enfrente, donde hoy está el restaurante Rancho Luna, se encontraba La Cubana, un magnífico bar que estrenó el sistema de asientos pulman y la música indirecta. 

Por el entorno del parque Agramonte, en la calle Independencia, el familiar Parque Bar, que es donde ahora se encuentra el restaurante La Volanta. En esa propia calle, pero hacia la esquina con Martí estaba El Chorrito, que era en realidad una cafetería – bar, muy especializada en la venta de billetes de la lotería y multitud de juegos de azar, entre estos gallos tapados, kinkones y charadas.

El Bar San José, de más humilde prosapia, fue demolido en la década de 1970 y se situaba justo en la esquina donde hoy disfrutamos del parque de Las Cubanitas. El Bar Perín, en República y San José, se hizo popular luego de 1959, cuando Cuba importó mares de vino argelino y en ese sitio se instalaron los toneles de aquella bebida, qué. Conocimos como “Pancho el Bravo”.

Otro bar, cuya fama le llega por algunas tragedias que allí se ventilaron fue La Unión, en General Gómez y Bembeta pues, como al fondo de ese sitio se alquilaban habitaciones, más de una pareja de amantes frustrados cayó en cuenta que ese lugar era bueno para suicidarse. Bares populares fueron el Kronos Bar, en la Carretera Central por el fondo del cementerio y vinculado a la clandestinidad de la lucha contra la tiranía batistiana; Las Dos Rosas, en la calle General Gómez y en República y Van Horne estuvo el bar Capitolio, demolido a causa de una orden equivocada. Frente al Hotel Plaza el popular bar New York.

Dejo para el final tal vez el más famoso de todos nuestros bares por sus incidencias con la historia, se trata del Bar Correos, situado justo en la vivienda que fuera la casa natal del Mayor General Ignacio Agramonte Loynaz. Por muchos años y gobiernos, ni los veteranos del Ejercito Libertador, ni sociedades cívicas locales pudieron desalojar de ese sitio el bar, que incluso planificó en una ocasión convertir el edificio en una academia de baile  y especie de prostíbulo por extensión. Debió llegar la Revolución para colocar las cosas en su sitio y dignificar nuestra sociedad.   

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