Páginas

Una broma pesada

En la mañana del 21 de mayo de 1919 la ciudad amaneció sobresaltada y cientos de personas se congregaron en el parque central. Aquello era resultó insólito.

La estatua de Agramonte había sido profanada y a la sorpresa inicial siguió la irritación popular. Solo Hipólito Lázaro, el humilde guarda parque del lugar, quien denunció el hecho apenas lo descubrió y quien de seguro pudo ver al actor o a los actores de aquel vandalismo, fue detenido, incomunicado y amenazado con una buena entrada de palos sí la mente no se le aclaraba. Para evitarse esa molestia lo único que debía hacer era contar todo lo que sabia, porque al decir del teniente Cabrera, jefe de la primera estación de la policía, “este Lázaro tiene cara de sinvergüenza”, calificación más que suficiente para tener cara de sinvergüenza.

Cuando muy de mañana el Gobernador llamó por teléfono a Cabrera para conocer  los detalles le ordenó “me aprietas a ese Hipólito hasta que le saques aceite. Pero no vayas a ser bruto y matarlo antes de que hable”.

Aquello se puso feo para el guarda parque.

Ni decir lo molesto que estaban las autoridades, no tanto por patriotismo, si no por el papelazo que estaban haciendo ya que al paso de las horas no detenían a nadie. Estaban bastante molestas y dispuestas a encontrar a los autores a como diera lugar.

Primero porque aquello más que profanación les estaba pareciendo una provocación para ponerlos en ridículo y además, porque ya comenzaban a levantarse numerosas protestas en la sociedad camagüeyana. Imagínate el alboroto. La prensa exigiendo justicia y la natural indignación popular. A la crítica del pueblo siguió la de los veteranos y todo el resto de las asociaciones cívicas que en manifestación salieron a la calle.

Por supuesto que Liberales y Conservadores, no perdieron la oportunidad para inculparse mutuamente. Se originaron tantos altercados en cada esquina que  la guardia rural salió a caballo a patrullar las calles. Aquello se puso en candela.

Luego de las declaraciones del detenido pronto se conocieron a los autores del bárbaro atentado. Y en ese punto la historia cambió. Para sorpresa general se trató de un grupo de chicos bien, jovencitos que al salir de una fiesta en el Liceo frente al parque tuvieron la ocurrencia de, utilizando un viejo sombrero, unos ajustadores donados por no se sabe qué dama se los colocaron a la estatua de la Libertad, regaron estiércol de caballo bajo el corcel de Agramonte y procedieron a cubrir el conjunto con trapos.

La prensa mas influyente, que en un principio desató una ofensiva contra los bandidos aquellos “de a dos por pelos” como los calificó, hizo mutis.

Y era que entre todos aquellos apellidos ilustres comenzaron a correr  influencias y recomendaciones. Hubo una cierta inclinación a reírle la gracia a los zánganos aquellos. Sin embargo con buen tino, el Ayuntamiento sacó cuenta de que al menos algún escarmiento debía darse a manera de ejemplo, aunque fuera por el aquello de las apariencias. Sin mucha divulgación, el 27 de mayo los “graciosos” fueron juzgados en la Causa 537 del 1919, entregándosele una nota a la prensa luego del juicio en la que aparecían los resultados, la que fue publicada sin comentarios.

Al autor intelectual de los hechos, Miguel Ángel Miranda y Giraldo, le condenaron a 180 días de cárcel; 60 días fueron para Aurelio de la Torre Adán, Horacio Silva Sariol, Maximiliano Cebrían Ferrer y Julio Gutiérrez Castillo. No concurrió el más ilustre de todos los chicos, Enrique José Cadena Aguilera, Otros cuatro jóvenes fueron absueltos por no existir pruebas contra ellos.

Por supuesto que a la postre nadie extrañó que ninguno de los encartados cumplieran las condenas, pues apenas concluido el juicio partieron hacia las fincas de sus padres y parientes donde permanecieron hasta que las aguas volvieron a su nivel y nadie más volvió a saber de aquellos sucesos del 1919 en el parque Agramonte.

A Hipólito Lázaro le sucedió que de la igual manera en que le amenazaron para que hablara, después lo amenazaron con cortarle la lengua, y otras cosas,  si no se callaba y nunca jamás mencionara siquiera a uno solo de aquellos que tuvieren que ver con aquella “broma” tan pesada.

¡Cosas de la república!

1 comentario:

  1. Son tantas las historias de nuestra ciudad que es un verdadero placer encontrarlas tan bien redactadas y documentadas. Muchas gracias por este blog. De camagüeyano a camagüeyano.

    ResponderEliminar