Para otro aniversario de la tragedia de Santa Cruz del Sur. Frente al mar de siempre



Desde hace 29 años tengo una deuda con Tin Cañete.
Hijo de pescadores y el mismo pescador, Salvador Cañete nació en la playa de Santa Cruz del Sur en el 1901 y según me contó, fue también estibador en el puerto de Manopla, embarcadero de azúcar frente al Guacanayabo.
Una vez ambos coincidimos en el parque santacruceños y comenzamos a hablar del ciclón del 1932. Suponiendo yo que debió ser testigo de aquel desastre. Terminamos de conversar en la sala de su casa con una taza de café de por medio rememorando historias acumuladas en sus tantos años de vida.
Luego publicamos, en reducido espacio, parte de esa charla, dejando pendiente algo mas para después. Y como lo que para luego se deja para luego se queda, las notas fueron guardadas en viejas agendas, pero no olvidadas y desde siempre tomé como deuda aquellos recuerdos.
Del ciclón del 32 pasan ya 82 años y Tin Cañete se murió, pero espero que con estos apuntes pueda rendir tributo a la odisea de aquel hombre que vio desde el mar desaparecer todo un pueblo. 
 
La noche de cayo Anclita
Sin prever el mal tiempo Tin Cañete y un grupo de marinos embarcaron el lunes 7 de noviembre en la goleta Laura poniendo proa hacia Doce Leguas, archipiélago al sur de la provincia de Camagüey, montado entre la plataforma y el veril del Caribe.
Laura era una nave muy marinera y la tripulación se componía por los hermanos Julio y Jorge Lai, Ramón Izaguirre y yo. Salimos por la mañana y buscando donde hacer muelle esa noche nos situamos sobre punta Macurijes.
Al otro día el tiempo comenzó a meterse en agua y el mar soplando feo. Teníamos un radio conectado al acumulador del barco, pero apenas si teníamos tiempo de oírlo por lo que encendíamos poco. Pero preocupados ya, en una de esas supimos de un ciclón que venia amenazando a Santiago de Cuba y a Camagüey, pero sin mucho peligro, decían. Total, no iba a ser el primer ciclón que habíamos capeado.
Creo que eso nos dio confianza y seguimos con la proa barloventeando a ver que pasaba, pero por si acaso nos fuimos cargando hacia cayo Anclita buscando poder llegar a tierra, pero como el viento era muy fuerte y nos arrastraba mar afuera, dimos la vuelta y nos metimos por un canal de Anclita para refugiarnos. Pegamos a los mangles de la orilla y con todos los cabos de a bordo aseguramos la embarcación. Allí nos agarró la noche del miércoles y el viento a sonar cada vez mas duro. A la media noche el barco comenzó zarandear y a romper los cabos. El viento agarraba los arboles, los envolvía, los arrancaba de raíz y nos lo tiraba encima, En aquella situación decidimos dejar el barco y meternos mas dentro del manglar. Cuando se rompió el ultimo cabo yo salte a tierra y la goleta traqueo y el agua la envolvió. Nunca mas la volvimos a ver. No se como se fue o si se hundió enseguida. Todo estaba muy oscuro y el ruido era de espanto desgajando y crujiendo. Al amanecer un tronco cayo entre nosotros y me partió la cabeza. Entre la sangre vi que el palo le había caído de lleno a a Julio y a Jorge hiriéndolos grave, como se aflojaron de donde estaban agarrados el viento comenzó arrastrarlos y nosotros, Ramón y yo nos abrazamos a ellos para sujetarlos. Así nos tomó el claro del día, pero también era como si fuera de noche porque no se veía nada y el aire y el agua te quemaba la cara y las manos.
Los que murieron
Del cayo solo quedó la mitad, los mangles quemados y todo lleno de hojas y cascaras y muchos peces muertos. Nunca había visto tantos peces muertos.
Quisimos ver como nos orientábamos buscando cayos y canalizos que ya no estaban. Casi todo había cambiado y vimos que ya no podíamos salir de allí. Ese día comimos pescado crudo y también al otro y al otro. A los cuatro días murió Jorge con el cráneo hundido. Nunca volvió en si. Después se murió Julio. A los dos los enterramos juntos bajo el zargazo. Pobrecitos, ellos eran mellizos y siempre andaban juntos. Hasta en la muerte.
Le dije a Ramón que yo me iba aunque fuera a nado. No había agua dulce y todas las casimbas estaban rellenas de las piedras que el ciclón saco del fondo del mar. Le dije que se quedara que si yo regresaba vendría a buscarlo con ayuda. El estaba tan desesperado como yo porque también tenia familia en Santa Cruz, así que cuando me tire al gua, el se lanzó detrás de mi. La idea era ir de uno a otro cayo hasta acercarnos a la costa.
Eso seria como a las cinco de la mañana mas o menos. A nado fuimos avanzando de uno a otro cayo, aprovechando los cabezos para descansar. Había mucha mar gruesa y yo nadaba despacio para que Ramón no se quedara detrás. Yo era joven y Ramón aunque fuerte ya tenia sus 60 años. “Al atardecer el me llama, Me viro y le veo una baba de sangre en la boca. Regreso. Le digo “!Agárrate de mi, coño!” y el me dice, “!No, trata tu de salvarte, vete y déjame!.......”. Y me soltó y se fue al fondo como una piedra, sin luchar porque ya no daba mas. Me sumergí tras él, lo seguí profundo y lo agarre, pero cuando llegue arriba ya estaba muerto. Eso fue entre los cayos Mari Flores y Cayo Largo.
La única persona sobre el mundo
Me quede allí como loco sin saber donde se habita hundido mi amigo. Ya de noche vi el destello del faro de Cachiboca. Así fue que me orienté. Estuve nadando hasta las tres de la madrugada, creo. Sentía los peces pasar y saltarme por en cima, rozarme. Y a ratos los muertos. Los muertos solos o en racimos flotando. Abrazados, hinchados, empujados por las olas “Yo gritaba, cerraba los ojos y metía la cabeza en el agua y seguía nadando. Sabia que si aguantaba la marcha me hundía.
Amaneciendo llegue a Mari Flores y en la orilla entre las hierba me dormí. Cuando desperté salí a buscar la casa de los pescadores que allí vivían. Lo que encontré fue solo un par de horcones. Al otro días seguí para el cayo Boca de Piedra Chiquita, luego a Boca de Piedra Grande y después a Las Cruces. Era como si yo fuera la única persona que existía en el mundo. Por fin llegue a Cachiboca.
Estoy tirado ahí en una zanja cuando siento que viene gente. Era Claro Montalban, pescador de Santa Cruz y amigo mio. El ciclón lo había agarrado en Boca Grande y allí lo encontraron otros pescadores de Tunas de Zaza que andaban buscando gente. Le conté lo que me había pasado y me ayudo a ir hasta una chalupa que traían. Como no había comido ni bebido nada en todos esos días me dieron un te bien caliente. Lo tome y me desmaye. Cuando desperté me había vestido pues estaba casi en cueros y sentía mucho ardor en la boca. Regresamos al mar y tardamos seis días en llegar a tierra cuando lo que tarda esa travesía es de apenas un día, pero había una contra corriente fuerte y negra que bajaba llena de pedazos de gente, animales y casas por todas partes
Hogueras en la playa
Llegamos de noche y fue difícil saber donde estuvo mi casa. De mi familia se ahogaron mas de cuarentas, incluyendo a mis padres y mis tías. El agua se los llevo. Del pueblo no quedó nada. Alguna gente y mucha candela con humo negro y olor a carne asada a lo largo de la playa. “Quemaban los muertos y lo que quedaba de esas personas haciendo grandes palizadas, le echaban petroleo y le prendían candela porque no había tiempo para enterrarlos. Al principio en la playa hicieron zanjas y enterraban a diez o doce de un viaje pero los perros comenzaron a escarbar y entonces se prefirió pegar candela, Eso fue un espanto. El parque donde ahora está el monumento fuer un gran cementerio.
El mar arrastró a mucha gente hacia afuera y por eso cuatro meses después encontramos a mas de 70 muertos en cayo Carapacho y otros muchos en toda esa cayería. Fijaste si la resaca fue violentas que al cura de aquí, el padre Bonifacio, lo encontraron por Las Coloradas, allá en Niquero y eso está al otro lado del golfo. El tenia la iglesia en la playa y eso fue lo primero que se llevo el mar.
El mar de siempre
Cuando el mar entró llego casi hasta Santa Marta. De regreso se llevo a unas cinco mil personas. La cifra justa nunca se va a saber. Todo lo que encontró a su paso, viviendas, personas, animales, maniguas, barcos.
Yo me que quede aquí como se ha quedado otra gente, otras familias que a su vez han hecho otras familias. Nos quedamos no tanto porque bajo el mar esta nuestras gente, sino porque para los santacruceños este ha sido siempre nuestro mar ”.
Bueno Tin Cañete. Esta es tu historia de hace 82 años. Por donde quiera que estés navegando, mis respetos.

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