Mueblerías de la ciudad



Desde la época colonial gustos de los camagüyanos por el mueblaje de sus viviendas estuvo dividido en dos. De una parte la burguesía española prefería importar desde la Metrópolis sus pesados muebles constituidos por decenas de piezas de sobrio diseño, con independencia de alguna influencia francesa o inglesa, de la otra los criollos con gustos por los muebles fabricados en los aserraderos lugareños con maderas del país, estos eran muebles más livianos y dotados de un cierto aire “tropical” como sillones reclinados, butacones tejidos, y cómodos balances que en la carpintería española no tenían cabida.
Por su parte las familias con escasos recursos económicos se las arreglaban, criollos o españoles, con taburetes, mesas y juegos de sala, cuarto, o comedor de modestos presupuestos, compuesto casi siempre por dos balances, dos sillones y un sofá con una mesa central cuando se trataba de juegos de sala, los restantes muebles eran también muy racionales. 

El hijo de Martí, un muchacho impetuoso.

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Para enero de 1893 José Martí recibió en New York una carta remitida desde Camagüey por Enrique Loynaz del Castillo, joven que en la guerra del 95 se convertiría en uno de los generales más gallardos de esa gesta.Junto al pliego le remitía una foto en que aparecían, en la sabana de Cubitas, jinetes organizados en línea de combate. Uno de aquellos jinetes era José Francisco Martí Zayas Bazan , que entonces tenia catorce años. 
 
Ni la carta ni la foto nunca aparecieron entre los papeles dejados por Martí a su salida hacia Cuba y de ellas solo queda el testimonio que escribiera en sus memoria Loynaz del Castillo a la conclusión de la guerra, página que tituló; “Un memorable paseo a la Sierra de Cubitas y a las cuevas del mismo nombre” . Que se sepa, es la única foto que desde Puerto Príncipe recibiera Martí.